El cementerio



Se acercó despacio, las hojas mojadas por el agua de la lluvia, hacía que el suelo estuviera muy resbaladizo.

El otoño había llegado casi sin anunciarse, parecía que fue ayer que la luz lo inundaba todo hasta bien pasadas las siete, y ahora, la oscuridad iba ganando la batalla día a día.

Primero lo anunciaron en los carteles publicitarios. Esos inmensos carteles en tres dimensiones que uno podía ver y oír a cada paso, y que se habían inventado los líderes de las compañías de comunicación; que además de informar de decisiones gubernamentales y noticias de interés tanto nacional como internacional, machacaban con publicidad de todo tipo.

Al principio solo se vieron unos cuantos en el centro, y como siempre pasaba con las novedades, todo el mundo lo aplaudió y lo detractó.

Decían que llevaban cámaras de vigilancia, como había advertido George Orwell, ¡Nada más ni nada menos que en 1950!, él ni siquiera había nacido. Los más críticos recordaban el gran éxito de “El gran hermano” televisivo, ¿por qué no iban a hacer lo mismo con todo el mundo? El no entendía el escándalo que se había producido, hacía ya años que las cámaras callejeras se habían hecho presentes en todos los barrios con el pretexto de reducir la delincuencia, ¡qué más daba unas cuantas más!. A él lo que le horrorizaba eran los mensajes machacones que subliminalmente intentaban “comerles el coco”. Luego las inmensas pantallas llegaron también a cada rincón de cada barrio, siempre le pareció que con ellas había llegado ese futuro prometido en las películas de ciencia ficción.

Si, el mensaje fue lapidario, nunca mejor dicho, iban a desmantelar todos los cementerios.  Hacia ya varios años que se prohibió el enterrar a los difuntos, y se obligó a la incineración de los cadáveres; incluso se prohibió la entrega de las cenizas a los familiares. La sociedad científica fue rotunda al respecto, una vez producido el óbito solo quedaban restos orgánicos y había que reciclarlos como hacia ya años se venia practicando con todo tipo de material de desecho; no se podía seguir contaminando el medio ambiente, y todos sabían ya lo importante del reciclado para la supervivencia del ser humano.  El Gobierno fue tajante y ni la Iglesia ni las manifestaciones populares pudieron cambiar la Ley.

Todos estaban ya más que aleccionados sobre la importancia del medio ambiente. Hacía ya treinta años que se cambió el carburante de origen fósil por el invento revolucionario de aquel español que convertía el Anhídrido Carbónico en Oxigeno y que era utilizado para el desplazamiento de los nuevos vehículos, la calefacción y el alumbrado y que disminuía los niveles de polución. Fue una lástima que el invento lo patentaran en Alemania, fue allí donde el insigne científico lo descubrió, ya que, al no ser respaldado sus teorías en España, tuvo que emigrar al país germánico como tantos otros. Ahora la preocupación se centraba en como paliar los dañinos efectos del Oxígeno puro, pues ya era conocido, que, entre otras cosas, acortaba y envejecía la vida de todo bicho viviente, a causa de la oxidación.

Luego recibió un mensaje en ese aparatito diminuto que su hijo le había regalado y que le habían implantado al lado del hemisferio izquierdo de su cerebro, ese hemisferio que se encargaba del lenguaje articulado, la planificación, la lógica…. ¡Nunca se había acostumbrado a él!  Eran como GPS para humanos, el chip que se les ponía a los animales antiguamente.

El dichoso aparatito además de mandarle mensajes le servia como teléfono móvil, le recordaba cuando tenía que tomarse la pastillita para la tensión, las citas de su médico de cabecera, le recordaban la hora que era, así como el día, el mes y el año y por supuesto le alertaba de alguna disfunción en su cuerpo.  Tenia que reconocer que había sido un gran avance para la ciencia médica, eso había salvado muchas vidas, y ciertas enfermedades habían sido erradicadas, pues su precoz descubrimiento al iniciar el proceso en el cuerpo humano, las hacia inocuas.

No todo el mundo podía permitirse el lujo de llevarlos; reconoció con orgullo que su hijo había tenido que hacer una gran inversión económica para regalárselo, además de utilizar contactos importantes, pues no a todo el mundo se los implantaban.

Recordó a su hijo cuando era niño y las pequeñas dificultades en sus estudios, ¡ese niño siempre estaba en las nubes!, y por aquel entonces se preocupó, ahora entendía que en demasía. ¡Estaba tan orgulloso de su hijo!, había conseguido superar todas sus expectativas. Se había convertido en un ser humano capaz, equilibrado, autosuficiente y brillante. Sintió una punzada de satisfacción pues sabia que todos los esfuerzos que le había dedicado le habían convertido en lo que ahora era, ¡Si!, podía sonar narcisista, pero sin ningún pudor tenía que celebrar su gran participación.

El mensaje sin más pormenores le indicaba la fecha exacta en la que iban a exhumar los restos de sus progenitores.  Eso le tuvo cavilando varios días, siempre había pensado que cuando muriese yacería en la misma tumba que sus padres.

Así que esa tarde había decidido llevar unos claveles blancos a la tumba, como hiciera siempre año tras año desde su muerte. Eso siempre le había reconfortado.

Se paró delante de la lápida, las hojas y el agua también la cubrían, sacó un pañuelo y limpió toda la superficie, y depositó los claveles. El contacto con la piedra le hizo pensar vivamente el día del fallecimiento de su madre, todos los sucesos que acontecieron, paso a paso, casi minuto a minuto, y los recuerdos se hicieron presentes. Súbitamente. Sin querer empezó a rememorar algo que ya casi tenía olvidado, una época de su vida que su mente había borrado.

¿Cuántos años tendría, 42, 45…? España vivía por aquel entonces una crisis económica muy grave. Hacia unos pocos años que se había separado y tuvo que regresar con su madre.  Sergio aún era pequeño y andaba siempre robándole tiempo a su exmujer para estar con él, todo el tiempo que podía se lo dedicaba. Quería que su hijo supiera que siempre podía contar con él. Compartir su vida minuto a minuto, sin perderse nada de lo esencial y nada de lo secundario. Se entregó a él con vehemencia haciéndole el objetivo de su vida, porque era lo más importante que nunca le había pasado, porque era reflejo fiel de él mismo.

Por aquel entonces no había superado totalmente la separación, seguía a ratos dándole vueltas de los motivos que les había llevado al desenamoramiento, sin entender todavía las causas reales. ¿De quien era la culpa, cuando y como había empezado todo? ¿Cuándo empezó el principio del fin? El dolor le golpeaba en ocasiones, la rabia entonces se hacia presente en grandes oleadas.

Y cuando aún no había superado su separación y la muerte de su madre le despidieron en el trabajo.

No entendía que estaba pasando, todo le salía mal y cada día le costaba más pensar que iba a salir de esa pesadilla. Nada le satisfacía, no pensaba otra cosa que, en su terrible situación, a veces el miedo a no encontrar un nuevo trabajo le dejaba sin respiración.

El no se merecía esto, el no había hecho daño a nadie nunca y sin embargo veía como otros sin merecimiento alguno tenían trabajo y estabilidad.

No recordaba exactamente cuando duró ese infierno en el que estuvo metido, le costaba pensar en los detalles de aquella época, su cerebro tan selectivo le ocultaba los pormenores.

Si él hubiera sabido su futuro, todo lo que le aconteció después, pero claro como lo iba a saber; eso le hizo sonreír, como había malgastado el tiempo sufriendo inútilmente, o puede que no fuera así, puede que fuera imprescindible pasar por aquella etapa de su vida, porque él era lo que era, gracias también a ese periodo oscuro.

¡Había pasado tanto tiempo y tantas cosas desde aquello! ¡Todo era ahora tan diferente!  Nunca más había vuelto a sentirse mal o por lo menos no tan mal como por aquel entonces. Si, aquello le hizo madurar, le hizo ver las cosas de otra forma, le hizo disfrutar más de la vida, y ¡como había disfrutado a partir de entonces!

Una voz le sobresaltó sacándole de sus pensamientos y la mano de su hijo se posó en su hombro, se giró levemente mirando hacia arriba, Sergio era bastante más alto que él.

-          ¡Coño hijo que susto me has dado, tu siempre tan sigiloso!
-          Papá, aunque hubiera hecho ruido te hubieras asustado, y vámonos que nos están esperando y aquí ya se está haciendo de noche y hace frío.
-          ¿Sergio tú te acuerdas cuando todavía eras un crío y me quedé sin trabajo?
-          ¿Tú te has quedado sin trabajo alguna vez?, no me acuerdo.
-          Pues te lo tengo que contar alguna vez, cuando tengamos tiempo.
-          ¿Sabes? a veces pensamos en alcanzar cosas que creemos que son las más importantes del mundo, lo único, lo que realmente nos va a dar valor a nuestras vidas y que con ellas alcanzaremos la felicidad, y luego el trascurso del tiempo nos enseña que lo único importante es vivir con ilusión y esperanzas, y que la felicidad siempre nos está acompañando, solo es cuestión de estirar la mano y acariciarla.
-          Papá no se que te pasa hoy, ¿seguro que te encuentras bien?, Creo que este ambiente te ha afectado.
-          Je, je, Sergio tengo 115 años, estoy hasta las narices que me trates como a un niño.


Salieron del cementerio, en la puerta había un cartel esculpido en la piedra que decía: “Lo que sois, fuimos; lo que somos seréis.”

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