Recientemente, una de las más
prestigiosas revistas médicas, la New England Journal of Medicine, ha publicado
una noticia que desde luego no puede sorprender ni a los pocos médicos
especialistas en ciencia de la alimentación ni a cualquiera que se ocupe
seriamente de la nutrición humana: la margarina puede provocar más problemas
que la temidísima mantequilla. El artículo publicaba los resultados de un estudio
sobre las relaciones entre grasas alimenticias y riesgo cardiovascular en una
muestra de 80.023 mujeres, controladas durante 14 años. Los autores subrayaban
el mayor riesgo cardiovascular que representan determinadas grasas (“trans”), y
a este respecto alertaban a las personas con riesgo de infarto para que no
sustituyesen la mantequilla por la margarina, dado que los procesos químicos
necesarios para transformar las grasas vegetales (fluidas) en margarina
implican la formación de grasas “trans”.
Debemos reconocer que
afortunadamente las modernas margarinas vegetales ni siquiera tienen un
parentesco lejano con aquellas primitivas margarinas (un menjunje obtenido con
restos de grasas animales, aceites de semillas, leche y varios aromatizantes) a
la que en 1870 se le concedió el primer premio en un concurso convocado por
Napoleón III para sustituir la mantequilla por un producto más económico. Sin
embargo, a pesar de su clarísimo origen vegetal, la moderna margarina también
ha levantado las sospechas de muchos nutricionistas, que han puesto reservas a
la tendencia a ocupar el lugar de la mantequilla, aunque sólo sea porque
determinados aceites tropicales ocultan baja la etiqueta “vegetal” tres ácidos
grasos (laurico, mirístico y palmítico) más peligrosos para nuestras arterias
que los ácidos grasos de cadena corta de la mantequilla.
No es casual que en los años
ochenta (en aquella época las agencias de prensa todavía no prestaban atención
a las revistas médicas y algunas noticias no llegaba a los medios de
comunicación) pareciera en el Journal of the Royal Society of Medicine una
editorial contracorriente que llevaba por título “Why blame butter?”, o sea,
“¿Por qué culpar a la mantequilla?”. El autor del artículo no era el único que
se preguntaba la razón de tanto ensañamiento contra ese antiquísimo producto
natural, ensañamiento basado únicamente en sospechas que el avance de los
estudios epidemiológicos demostró exageradas, ya que se centraban en un solo
alimento y no en la cantidad y la calidad de las grasas utilizadas
cotidianamente.
Los consumidores deben saber
que las sociedades científicas competentes coinciden en el hecho de que
cualquier individuo, puede y debe comer un total de grasas no superiores al 30%
de las calorías totales, incluida una parte de ácidos grasos saturados.
Así pues, no es de esperar
ningún problema metabólico en quien haya mantenido la sabrosa costumbre de
desayunar pan, mantequilla y mermelada (previendo así esa hipoglucemia que a
media mañana nos obliga a tomar algunos pinchos o tapas en el bar, mucho más
censurables) o en quien guste de comer un plato de arroz con mantequilla o de
cenar un plato de queso. Lo importante es que no coincidan las tres opciones en
el mismo día.
Así que, si quieres cambiar la
mantequilla por otro alimento, hazlo por nuestro increíble aceite de oliva
virgen extra.
Todos sabemos que tanto la
mantequilla como la margarina necesitan que los humanos los transformemos para
poder elaborarse. La margarina está hecha a partir de aceites vegetales y sin
embargo la mantequilla se hace a partir de grasa de la leche.
Muchísimos de los alimentos que
comemos diariamente han tenido que pasar por un proceso que los transforma, así
ocurre con el yogur, ya que para hacerlo hay que procesar la leche.
Por ello siempre nos parece más
naturales los alimentos que tienen un origen más cercano y nos parecen
naturales, como ocurre con la mantequilla al proceder de la leche. Además, son
productos que en el pasado eran elaborados en los hogares, como por ejemplo el
queso, el yogur o la mantequilla.
Pero no es el caso de las
margarinas que se elaboran con aceites vegetales y por ello contienen los
grandes beneficios de estos.
Todos los alimentos deben tener
cabida en una alimentación equilibrada y variada, lo importante es la variación
y la moderación con la que se toma cada uno de los alimentos, y sobre todo en
nuestra alimentación diaria debe de haber legumbres, frutas, cereales
integrales y verduras.
Hay muchos estudios que indican
que las grasas saturadas aumentan el colesterol y que comer grasas insaturadas
sustituyendo a las saturadas reducen el colesterol.
Cuando cambiamos la mantequilla
por la margarina, controlamos nuestro colesterol, pero no olvidemos que es
mucho más dañino para nuestro organismo comer productos ricos en azucares
refinados, bollería industrial y bebidas gaseosas y espirituosas que contienen
grandes cantidades de azucares.
La OMS lleva tiempo recomendando
la disminución de los azúcares libres, como prevención de las enfermedades no
transmisibles, para ello recomiendan a todos los países que los impuestos sobre
las bebidas con azúcar aumenten por lo menos un 25%, para reducir el consumo y
así disminuir la obesidad, las caries dentales y la diabetes de tipo 2.
La OMS no hace las leyes, pero
lleva mucho tiempo dando consejos y dando toques de atención. Lo dijeron al decir que la obesidad es la
epidemia de nuestro siglo.
Para ellos debe de haber una
buena educación tanto sanitaria como en las escuelas y en las familias, y
prohibir los anuncios publicitarios de bebidas espirituosas. No olvidemos que
el azúcar bebido no lo percibimos tan dañino como cuando lo comemos, pero no es
así.
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