Algunos
poseen el talento y el impulso para lograr mucho, a pesar de poseer una
auto imagen pobre: por ejemplo, el adicto al trabajo altamente productivo que se
siente impulsado a probar sus méritos a, digamos, un padre que predijo que no
llegaría a nada. Pero sí significa que seremos menos eficaces de lo que podemos
llegar a ser, y significa que nos veremos impedidos de gozar de nuestros
logros. Nada de lo que hagamos nos parecerá “suficiente”.
Si
tenemos confianza objetiva en nuestra mente y valor, si nos sentimos seguros de
nosotros mismos, es probable que pensemos que el mundo está abierto para
nosotros y que respondemos apropiadamente a los desafíos y oportunidades. La
autoestima fortalece, da energía, motiva. Nos impulsa a alcanzar logros y nos
permite complacernos y enorgullecernos de nuestros logros: experimentar
satisfacción.
En
medio de su entusiasmo, algunos autores parecen sugerir que lo único que
necesitamos para asegurar la felicidad y el éxito es un sentido positivo de auto
valía. El tema es más complejo.
Tenemos
más de una necesidad y no hay una solución única a todos los problemas de
nuestra existencia. Un sentido bien desarrollado del uno mismo es una condición
necesaria pero no suficiente para nuestro bienestar. Su presencia no garantiza
satisfacción, pero su falta produce indefectiblemente algún grado de ansiedad,
frustración, desesperación.
La
autoestima se proclama como necesidad en virtud de que su ausencia (relativa)
traba nuestra capacidad para funcionar. Por eso decimos que tiene valor de supervivencia.
Y
nunca más que hoy. Hemos llegado a un momento de la historia en que la
autoestima, que siempre ha sido una necesidad psicológica sumamente importante,
se ha convertido también en una necesidad económica de la misma importancia,
atributo imperativo para adaptarnos a un mundo cada vez más complejo,
competitivo y lleno de desafíos.
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