Como
ocurre con las vitaminas, los minerales tampoco aportan calorías, pero actúan
como catalizadores para la liberación de energía y regulan muchas funciones del
organismo, sin contar el papel que desempeñan en el desarrollo y en la vida de
los tejidos corporales. Por lo menos 21 minerales se consideran esenciales para
el hombre, algunos en cantidades que se miden en gramos (calcio, fósforo,
cloro, potasio, azufre, socio y magnesio) y otros en cantidades tan mínimas que
justifican el término de oligoelementos o minerales rastro.
Una
vez más debemos repetir que una dieta variada proporciona cantidades más que
adecuadas de todos los minerales necesarios. A diferencia de lo que sucede con
las vitaminas, ni siquiera los procesos de cocción reducen el contenido en
minerales de los alimentos, salvo una ligera pérdida en el líquido de cocción,
por otra parte, recuperable si se utiliza para hace sopa. Sólo pueden
presentarse problemas de carencia como consecuencia de determinados
comportamientos, como ocurre en el caso de los vegetarianos más rigurosos, que,
además de disponer de menos fuentes de hierro y de calcio en su alimentación,
deben hacer frente también a la dificultad de absorción causada por un exceso
de fibras vegetales y de oxalatos Una situación análoga puede darse también en
los ancianos, que, demasiado a menudo, reducen su ingestión de carne por los
motivos más diversos, desde la dificultad de masticación hasta el temor a aumentar
la azoemia o los niveles de ácido úrico.
En
particular, la carencia de calcio puede agravar el fenómeno fisiológico que con
el aumento de la edad desemboca en el empobrecimiento del patrimonio de calcio
de los huesos (osteoporosis senil). La sustancia ósea, como toda materia
viviente, también experimenta una continua remodelación, caracterizada en el
envejecimiento por el progresivo catabolismo, es decir, por la prevalencia de
los fenómenos destructores sobre los reconstructores. En esta situación,
compleja y multifactorial, un mayor aporte de calcio no basta para frenar la
descalcificación, pero puede ralentizarla y contenerla dentro de límites menos
perjudiciales. Por este motivo, los expertos aconsejan un mayor aporte de
calcio alimentario en los jóvenes (cuando el calcio puede garantizar la mejor osificación
posible) y más allá de los 60 años (cuando es necesario frenar el aumento de su
pérdida).
La
fuente básica de calcio es la leche con todos sus derivados, ya que de ellos se
absorbe más fácilmente. A este respecto, conviene volver a llamar la atención
sobre la osteoporosis senil, una patología grave y compleja en la que el calcio
alimentario siempre desempeña un papel, aunque no de primer orden. La necesidad
de calcio en los países mediterráneos se satisface, e sus dos terceras partes,
mediante la ingestión de leche y queso, y, por tanto, es preciso reflexionar
bien y sopesar las ventajas y los inconvenientes que podrían derivarse de una
reducción demasiado drástica de estos productos en los ancianos por temor a una
presunta hipercolesterolemia.
Continua en la próxima entrada.
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