He
descrito una experiencia en la que podemos reconocernos a nosotros mismos sin
dificultad; el comienzo de una relación nueva, de amor o de amistad, no
importa; se trata, de todas formas, del comienzo de una relación humana. Los
amigos, la compañía, el placer de estar juntos, nos traen a la memoria el
placer de alguna comida agradable o de alguna cena en la que hablamos de esto y
de aquello. El juego colectivo refuerza la amistad, pero ¿qué podemos decir de
una buena cena acompañados? Personas a las que antes veíamos bajo un único perfil,
adquieren un halo distinto, más cálido, más cercano a nosotros, tras haber
pasado algunas horas agradables sentados con ellas alrededor de una mesa.
Una
invitación para comer juntos puede ser el colofón de un trabajo realizado, una
manera amistosa para dejar de estar en deuda con quien nos ha ayudado, una
ocasión de reforzar nuevas relaciones; puede crear el clima favorable para
poner en marcha alguna importante actividad. Los preparativos, el placer,
mezclado con la sorpresa la elección de los platos, son ingredientes fundamentales
de ese momento especial, que exige todo nuestro tacto, nuestra sensibilidad y
nuestra inteligencia.
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