El
juego, la compañía, la buena mesa son momentos especialmente dichosos que
llenan nuestras vidas. Y, sin embargo, hemos de dedicar algunas palabras a tratar
de un ingrediente que sabe dar algo más, que convierte el placer de la compañía
en algo aún más intenso: el vino.
“¿A
quién no le ha hecho locuaz el vino?”, se pregunta el poeta Horacio, hace dos
mil años. Los antiguos conocían ya el efecto liberador del vino y su capacidad
para favorecer las relaciones humanas. El convite, el banquete, durante el cual
el hombre romano se tumbaba en el triclinium, era el lugar ideal en el que
volvía a florecer la amistad, en un contexto muy especial, que se avivaba y se
caldeaba gracias a la buena mesa, a vino, al canto y a la danza. El tumbarse en
el inclinium, con la consiguiente relajación física indican simbólicamente el
alejamiento de las preocupaciones y de los afanes.
Indudablemente
el vino ha sido el ansiolítico más difundido de la humanidad, capaz de darle un
poco de alegría a la existencia: “Es placentero, sigue cantando el poeta
Horacio, librarse de la angustia… con el dulce Evius.” Evius era un apodo de
Baco, el dios del vino, hijo de Júpiter y de Semele, inspirador de poetas y “libertador”
de cuitas.
Horacio
retoma en sus composiciones un tema predilecto de la poesía convival griega,
los placeres del banquete, en el que el vino tiene un significado humano
particular.
Por
otra parte, hay toda una tradición, que se remonta a los orígenes de la
historia, ligada al consumo del vino. El cristianismo, siguiendo con una tradición
ya presente en el hebraísmo, le ha dado al vino un valor ritual, religioso, favoreciendo
u difusión. Y así leemos en la Biblia: “Noé empezó a trabajar la tierra y
plantó la viña. Y bebió vino, y se emborrachó…”
¿Cuántos
no habrán sentido una mayor soltura a la hora de hablar, y en sus gestos, tras
haber bebido a sorbos un buen vano de vino? Naturalmente, estoy hablando de beber
de forma equilibrada, controlada. Es bien sabido que cuando el vino se
convierte en un medio para mitigar la ansiedad y la tensión debidas a los
problemas de la vida, cuando aparece la necesidad de aumentar constantemente la
cantidad de la ingesta, cuando se tiene necesidad de beber solos, adopta la
función de una droga y se convierte a su vez en un problema para el individuo.
Pero entonces empezamos a hallarnos en algo que ya no es un comportamiento
libre y autónomo, característica fundamental de un uso inteligente del vino.
El
vino y la buena mesa, como sabiamente habían enseñado los antiguos, se pueden
vivir como una forma de convertir los instantes de esta vida en algo más vivo y
gozoso, una manera para detener, aunque sólo por poco tiempo, el paso fugaz del
tiempo que arrastra inexorablemente nuestra existencia, acercándonos a la
muerte, a la señora de la vida.
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