Una historia corriente






Como todos los días se despertó 5 minutos antes de que la alarma del despertador sonara. Una oscuridad absoluta le rodeaba, ¡demasiado pronto para el amanecer!  Miró el  reloj y pensó que podía quedarse un ratito más. El pitido de rigor empezó a sonar como siempre y justo cuando se disponía a apagarlo se dio cuenta de la realidad. Ya no tenía que ir a trabajar. El día anterior había pasado a engrosar la estadística de parados. La boca se le secó, una especie de calambre le recorrió la espalda. Creo que la palabra exacta para describirlo era miedo. Si estaba asustado. ¿Qué se hace con una agenda repleta de inscripciones en todas sus hojas, que indican día a día lo que tienes que hacer?, cuando ya no te permiten hacerlas. Si, además, la sensación de que te han quitado algo tuyo personal, ¿qué va a pasar ahora con todas esas cosas pendientes, si tu no las haces?

Una fila interminable de gente estaba esperando en la calle  a que abrieran las puertas de la oficina de empleo.  Esa necesidad casi enfermiza de no llegar tarde nunca, de que nadie le esperase,  le había hecho siempre llegar demasiado pronto a todo. Disimuladamente miró a unos y a otros como buscando complicidad, pero seguía  sin sentirse identificado con ninguno de ellos. El tener que coger dos números para esperar turno era como ralentizar aún más esa condena. Quería una solución rápida, como aquel enfermo terminal que ya tira la toalla, quería irse de allí y respirar otro aire menos contaminado por la incertidumbre.

Cuando llegó su turno la persona que le atendió le preguntó, sin mirarle,  que cuando había sido la última vez que se apuntó en la oficina de empleo. Como un resorte y totalmente ofendido le indicó tajantemente que nunca.  Había conseguido su primer trabajo  como aspirante administrativo a los 17 años en una bolsa de trabajo de la academia a la que asistía para ampliar sus conocimientos administrativos, cuando terminó el Bachiller Superior, y los siguientes 33 años y medio estuvo en la misma empresa.  Logró entonces captar la atención del individuo que estaba en la otra parte de la mesa, que se le quedó mirando con el ceño fruncido, abriendo la boca como para decir algo…, pero no dijo nada, apartó su mirada, tecleó algo en su ordenador y se levantó con gesto cansado, seguramente escuchaba todos los días miles de historias parecidas. Le tendió un papel, en el que se indicaba la oficialidad de los hechos: era una persona sin trabajo, y le indicó que subiera a la primera planta para que arreglara el tema del pago que a partir de entonces le haría el Estado.  Nuevamente tuvo que esperar turno. En ese enorme despacho había más bullicio, más mesas, le pareció que la gente hablaba más alto y crispadamente. 

Esta vez la funcionaria que le atendió le regaló una amplia sonrisa que él acepto como un gran trozo de madera donde apoyarse en el gran naufragio que sentía. Le entregó la documentación que ella atenta le solicitó, mientras casi como en un susurro la espetó su sentimiento de malestar por tener que solicitar las prestaciones sociales por desempleo, eso le hacia sentir fuera de control y dependiente. Él que nunca había dependido de nadie.  Ella sumamente cariñosa le explicó que tenia que pensar que como en cualquier otro seguro, él había pagado todos esos años para ahora percibir dichas prestaciones, nadie le estaba regalando nada…., eso le hizo sentir bien, al menos por un rato.

La primera semana la pasó colgado al teléfono que no paraba de sonar, de pronto se dio cuenta cuantos amigos tenía, todos ellos llamándole para preguntarle como estaba y pidiendo explicaciones de lo que había pasado.  Luego se dio cuenta que algunos no eran tan amigos, solo llaman para cerciorarse que a ellos no les va a ocurrir lo mismo. Les gustaría pensar que él ha hecho algo realmente ignominioso por lo que ha merecido el despido,  y eso no les va a suceder a ellos. En ocasiones la sensación de tener que defenderse se apodera de él, pues alguno, llega a censurarle su forma de ser o de actuar.  Algunos consiguen darle en la línea de flotación de su estima y empieza a buscar mentalmente un motivo lógico para todo lo que ha pasado, y no lo encuentra.

Sueña todas las noches, recurrentemente con el día en que cambió su vida para siempre, pues nunca ya será la misma. En poco tiempo tiene miedo de soñar y las noches empiezan a ser eternas, roba horas nocturnas leyendo y viendo sus películas favoritas, cualquier cosa con tal de enfrentarse a la oscuridad de la noche.  Duerme mejor de día, le gustaría no tener que levantarse de la cama, está siempre cansado. No puede pensar en otra cosa, por lo que tiene despistes que antes no tenía y eso hace que se sienta aún peor consigo mismo, solo tiene ganas de llorar y no puede…

Alguien le dice que lo que le está pasado es como un luto, hay que sufrirlo como una pérdida, y que un día todo pasará y se empezará a sentir mejor, el solo cree que la única forma de que se le pase es volver a la vida activa, a lo que él llama tener una vida normal, porque siempre había estado trabajando, excepto en vacaciones o aquella vez que le operaron de la rodilla y estuvo de baja, y en esas ocasiones el sentimiento era diferente, perteneces a la clase trabajadora.  No tiene ni idea de cuando va a acabar esta situación y eso le da una sensación de descontrol que le aterroriza.

El diseño y la redacción de su historial profesional le martirizan, ha visto miles de ellos de otras personas y sin embargo con el suyo nunca está satisfecho, supone que debe de contar lo que ha sido capaz de hacer durante tantos años en tan solo dos hojas. Desea ser aséptico pero de pronto se descubre escribiendo sentimientos. Mil veces hace y deshace su biografía profesional, quita su fecha de nacimiento, pone esa foto que le hace justicia, exagera su nivel de inglés. ¿Debería obviar su identidad masculina?, ¡qué tontería por su nombre se darían cuenta! Le cuesta recordar todos los cursos y seminarios a los que ha asistido, en alguna parte deberían de estar esos certificados a los que nunca les había dado importancia, pero ahora no recuerda donde los puso.



Por fin logra colgar su curriculum en las webs de empleo, a partir de ese momento nunca más lo cambiará, nunca más lo revisará, ha consultado con expertos en el tema y cada uno tiene una opinión diferente de lo que ha de hacerse.

La primera llamada la recibió cuando estaba comprando en unos grandes almacenes, le cogió desprevenido, apenas podía escuchar a su interlocutor con los mensajes de megafonía del centro y se le olvidó preguntar el nombre de la Empresa, bastante tuvo con memorizar la dirección que le dieron. Ya jamás saldría a la calle sin papel y lápiz. Corrió como loco a su casa para localizar la dirección e intentar saber de que empresa se trataba, terminó llamando al número que se había grabado en su móvil. Le pareció que la señorita que le atendió se sonreía, cuando él la indicó que se le había olvidado preguntar el nombre de la empresa. Además ella añadió con sarcasmo que el sabría a donde había mandado su curriculum. Cuando colgó pensó que había hecho el ridículo y que ya a priori estaba descalificado.

Cada entrevista era un trabajo agotador que ponía a prueba no solo sus conocimientos y experiencia sino sus habilidades sociales, o por lo menos eso era como él lo vivía.  Siempre llegaba a casa concentrado en cada gesto, en cada pregunta que le había hecho. En ocasiones le parecía que no podía aguantar el peso de una nueva entrevista y casi deseaba que no le volvieran a llamar, pero dos minutos más tarde estaba aterrado de ese pensamiento.

Sin darse cuenta llegó la primavera, decidió salir a la calle, la gente llenaba todo el espacio, absortos en vivir sus vidas.  Eso le seguía impresionando,  nunca lo había pensado pero siempre le había dado la sensación que toda la gente se encontraba encerrada en oficinas como él, y que las calles estarían casi desiertas, se dio cuenta de todo lo que había ignorado, lo concentrado que había estado en su universo le había privado de la existencia de otras probabilidades. Compró el periódico para ver las ofertas de trabajo y volvió a casa para leerlo, justo cuando entraba por la puerta sonó el teléfono, contestó como siempre ansioso con ese “dígame” implorando que le regalaran un poco de esperanza.

La voz del otro lado del teléfono hizo que su corazón palpitara locamente,  pensó por un minuto que el latido era perceptible a oídos de la persona que estaba al otro extremo de la línea telefónica.  Empezó a dar paseos por toda la casa sin darse cuenta. Hacia ya años que había dejado de fumar pero sintió la necesidad de tener un cigarrillo encendido y aspirarlo fuertemente. Sin embargo nunca hasta entonces había hablado tan seguro de si mismo. Cuando colgó estaba en su habitación mirando cara a cara al espejo, se sentía mareado y tuvo que sentarse al borde de la cama.


¡Todo había terminado!, y entonces lloró, como nunca hasta entonces lo había hecho y luego rió, como nunca hasta entonces lo había hecho…

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