Amores imposibles




Supongo que en mi vida, como en la de cualquier soñador, habrá habido infinidad de amores imposibles; amores a seres inalcanzables que me hacían soñar con besos y caricias en la penumbra de un cine de pueblo, y amores a cosas: la poesía, el genio, la belleza, la sabiduría, el arte…

Tal vez la vida no sea, en definitiva, más que un largo y sinuoso camino iluminado a trechos por la plateada luz de amores imposibles, deseos e ilusiones que nos animan a seguir adelante. Los poetas no se equivocan. En el fondo, es el amor el que mueve el mundo. Ni el dinero, ni el poder, ni la belleza, ni el éxito, salvo que se esté enfermo de egolatría, satisfacen por sí mismos.

Los buscamos con el secreto fin de hacernos más atractivos y, por consiguiente, más deseados, más dignos de ser amados. Lo dijo Schöpenhauer, “el amor es el fin último de casi todo esfuerzo humano”. Mientras más alto suba uno, más posibilidades tendrá de tocar las estrellas, de hacer posible su amor o sus amores imposibles.

Alguien dijo que hay que tener cuidado con los sueños porque a veces se cumplen. Con los amores imposibles sucede otro tanto: a veces se cumplen, y el enamorado, como el soñador, puede sentirse satisfecho. Sin embargo, el ideal difícilmente soporta la realidad. La cercanía descubre las imperfecciones de lo que, visto de lejos, parecía perfecto.

Tal vez, más que de amores imposibles, habría que hablar de la imposibilidad del amor. Lo imposible, aunque lo pueda ser, no es conquistar el objeto amado, sino conseguir que, una vez conquistado, RESISTA, que siga siendo hermoso y deseado. Lo imposible es que el amor soñado soporte la cercanía, la convivencia, el trato diario; que no se DESINFLE NI ARRUGUE con las prisas, los agobios, las desatenciones y los compromisos de nuestra vida de cada día.

Puede que sea un romántico, pero yo creo en ese amor más poderoso que la vida, que ha inspirado las mejores páginas y los mejores versos. ES ÉL MI GRAN AMOR IMPOSIBLE. Un amor apasionado y recíproco, espontáneo y generoso, que funde a dos seres en una nueva criatura; un amor rebelde y libre que no acepta cadenas ni pacta con la vulgaridad, que no conoce horarios y obligaciones, que está más allá del bien y del mal.

Cuando se cree en un amor así, no alimentan esos sucedáneos de amor en los que suele acabar el amor pasión; esos amores como cárceles, aburguesados y domésticos, de silencios tensos o de reproches continuos, de caras largas, de mentiras y engaños, de incomunicación y soledad en la misma cama y bajo el mismo techo.

Mi miedo a que un amor que fue hermoso termine así puede que sea la causa de que más de una vez me haya alejado en el mejor momento de una relación amorosa. Esa especie de donjuanismo, esa incesante búsqueda de cuerpos hermosos, de placer, de aventura, de instantes intensos, más que por el afán coleccionista o la satisfacción de un deseo, se explica por la ilusión de conseguir ese amor imposible, juntando los mejores momentos de efímeros amores sucesivos.


A la larga, ese juego tampoco satisface. Al contrario, nos hace ver más claro lo difícil que resulta que dos seres distintos se encuentren en un mismo sueño y se reconozcan y se fundan en un apasionado abrazo, amándose por encima de todo y contra todo.


Jesús Quintero. Amores Imposibles. El País, 1991




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