CUANDO HABLO POR TELÉFONO OCURREN COSAS.

Algo que me di cuenta cuando mis hijos eran pequeños fue que cuando hablaba por teléfono ellos se volvían un poco locos y dejaban también sus actividades para hacer otras, digamos, “menos adecuadas”.

Mis hijos se llevan 6 años de diferencia y son de distinto sexo, pero aun así la mayoría de las veces jugaban juntos. Pero, aunque estuvieran cada uno en su habitación haciendo actividades por separado, en cuanto sonaba el teléfono fijo y yo lo cogía, venían como locos a preguntar quién era, como si fuera importante para ellos, aunque cuando les dijera quien estaba al otro lado, pasaban sin darles importancia y se dedicaban a hacer cosas que no eran muy adecuadas. Si encima, yo me alargaba en la conversación, ellos seguían haciendo cosas que impedían que yo pudiera hablar tranquilamente. Curiosamente si luego quería que ellos se pusieran al teléfono para saludar o para dar besos, ya que eran familiares los que habían llamado, ellos se negaban en rotundo a ponerse.

Esto ocurrió siempre desde que eran muy pequeños, además tengo que decir que por aquel entonces no tenía teléfono móvil y el teléfono que sonaba era el fijo y de cable, por lo que no podía moverme del sitio donde estaba instalado.

Así que en el intervalo que hablaba, mi hijo cuando tenía 3 años escondió la crema hidratante y no apareció hasta trascurrido mucho tiempo. En otra ocasión se puso a pintar con rotuladores permanentes el edredón de su habitación. Más adelante cuando nació su hermana se dedicaba, mientras yo hablaba a despertarla dando saltos debajo de su cuna.

Curiosamente, ahora que ya son mayores y tienen sus flamantes teléfonos móviles, de los que están enganchado todo el tiempo, desde que se despiertan hasta que se acuestan, no hay quien les pregunte con quien hablan, pues lo mínimo que te dicen es que eres una cotilla.

En una ocasión, encontré a mi hijo de 2 años con el auricular del teléfono y parloteando, al principio me hizo mucha gracia, pero poco a poco me di cuenta, por lo que decía, que estaba hablando con alguien; cuando le quité el auricular comprobé que una amiga me había llamado y que el niño que estaba al lado del teléfono lo cogió y le estaba contando su vida sin que ella le preguntara para nada y por más que le decía que se pusiera su mamá, no le hacía ni caso. Cuando cogí el teléfono mi amiga se estaba desternillando, pero eso hizo que dejara el teléfono donde él no lo pudiera coger. Ese año los Reyes Magos le trajeron un teléfono idéntico al que teníamos en el salón, teléfono que jamás hizo el menor caso.

Ahora mi nieta hace lo mismo. Esté haciendo lo que esté haciendo muy concentrada, solo con que llame yo o me llamen al móvil, ella viene como un resorte y además de preguntarme con quien hablo, empieza a hacer diabluras hasta que cuelgo.

Los niños son así, cuando están “en sus cosas” creemos que no nos hacen caso y que no nos oyen, pero son capaces de estar en varias cosas a la vez y de darse cuenta de lo que hacemos o hablamos al mismo tiempo. Supongo que es una cualidad necesaria en su corta edad y un don que perdemos con el tiempo.

Con los niños pequeños hay que tener mil ojos, pues si están muy silenciosos, es fácil que estén haciendo algo que no deben y en cualquier descuido pueden ponerse en peligro, como si hubieran estado esperando nuestro despiste para hacer algo que tenían planeado desde hace tiempo.

Tenía una terraza muy amplia y por miedo a que los niños se subieran a las sillas y se pudieran caer, todo el tiempo tenía las sillas recogidas y la puerta de salida a la terraza cerrada. Un día decidí regar las plantas de la terraza y tenía que ir con la regadera desde la cocina, y me dejé la puerta abierta.

En uno de mis viajes vi a mi hija pequeña arrastrando su silla pequeña de plástico, que utilizaba para llegar al lavabo y lavarse las manos o los dientes, al pasar a mi lado no lo pensé, pero cuando estaba llenando de agua la regadera, me di cuenta que no era normal que ella fuera por el pasillo hasta el salón, así que corrí hasta la terraza y allí estaba ella poniendo la silla para poder empinarse y ver la calle desde la barandilla de la terraza, ¡menos mal que me di cuenta a tiempo!

Algunos opinan que los niños nos están retando constantemente para saber hasta qué punto pueden llegar, seguramente sea así, nos recuerdan constantemente que son nuestra responsabilidad y que debemos de estar e constante alerta para que no les pase nada mientras ellos investigan el mundo de mil formas.

Yo siempre digo que la profesión de ser padre/madre es la más difícil, no solo por la gran carga de trabajo que es tener hijos, sino por la carga emocional permanente y que pase el tiempo que pase, tenemos siempre. No importa la edad de nuestros hijos, siempre estamos pendientes de sus necesidades, sean las que sean.

Pero a pesar de todo este trabajo físico y psíquico es la experiencia más vital que podemos tener en nuestras vidas, ni subir al Everest, ni ganar una medalla de oro olímpica, ni tener el mayor triunfo en nuestros negocios es comparable al sentimiento que nos produce cualquier éxito de nuestros hijos.





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