Decidí irme en agosto a
Moscú por aquello de la temperatura, estoy acostumbrada a como mucho los menos
dos grados centígrados y más no creo ser capaz de resistir.
Corría el año 1984 y los
reyes de España hicieron un viaje a lo largo de la URSS, era la primera vez que
un rey español visitaba ese país y a partir de entonces las relaciones
diplomáticas mejoraron. El caso es que decidí visitar Moscú y embarcarme en el
tren Flecha roja de Moscú hasta San Petersburgo y desde allí viajar hasta
Helsinki, pero esa es otra historia.
A pesar de estar en Moscú y
ser agosto, teníamos que ir con abrigo, los nativos iban en manga corta,
supongo que están acostumbrados a temperaturas extremas que para nosotros son
mortales.
Moscú es la ciudad más
poblada de Rusia y está a orillas del Moscova, un rio impresionante y oscuro. El
hotel donde me hospedé era inmenso, como todo allí, te podías perder entre sus
pasillos enmoquetados y no ver a nadie en su recorrido, tuve casi que hacer un
plano para llegar a la habitación ya que la lengua cirílica que imprimían los
carteles no ayudaba nada a entender tu posicionamiento.
A pesar de ser una ciudad
muy poblada, no parecía que hubiera mucha gente en sus calles y es que todo
está hecho a lo grande de tal forma que los edificios a pesar de ser enormes
estaban a mucha distancia unos de otros y las calles eran tan anchas como
largas por lo que se distorsionaba la perspectiva. Te ponías a cruzar una calle
por el paso de cebra y cuando llegabas cinco minutos andando te dabas cuenta
que aún te quedaba más de la mitad para llegar hasta la otra acera.
Decidí utilizar el metro
primero porque siempre me gusta utilizar los transportes públicos allí donde
voy y así tomar el pulso a los lugares y porque además me habían dicho que el
metro era un verdadero museo, allí lo llaman el palacio del pueblo y fue construido
en tiempos de Stalin.
De primeras estás perdido,
pues siempre los planos y carteles estaban en cirílico y no había quien lo
entendiera y a pesar de que los moscovitas son muy amables no había quien los
entendiera. Pero una vez que lo vas conociendo te va cautivando. Allí los
trenes pasan continuamente, no hace falta correr para coger uno, pues el
siguiente llegará en menos de dos minutos. Es muy curioso que los anuncios
sonoros que indican la próxima estación es una voz femenina si nos alejamos del
centro y masculina si nos aproximamos al centro. Pero si realmente quieres
conocer las mejores estaciones hay visitas guiadas para ello, sobre todo si no
sabes ruso.
Me sorprendió la velocidad
que van las escaleras mecánicas y la apertura y cierre de los trenes, es mejor
andar cauto si no te quieres caer. Y dentro de los vagones viajan los
moscovitas muy silenciosos. Me llamó poderosamente la atención que muchas
personas mayores llevaban puestas medallas en las solapas de abrigos y
chaquetones.
Y como no, visite el
Kremlin uno de los sitios Patrimonio de la Humanidad, está en la plaza más
grande que me había topado hasta entonces. El Kremlin consta de cuatro
catedrales y cuatro palacios y por supuesto el mausoleo de Lenin que fue construido
a su muerte en 1924. Su cuerpo embalsamado se exhibe al público, las normas de cortesía
indicaban que las mujeres debían de ir con falda, pero a mí me permitieron
entrar con pantalones al ser extranjera. La costumbre allí es que los novios
visitan a Lenin después de su boda y en los exteriores se hacen fotos y videos,
ya que está prohibido hacer fotos en su interior. Por ello cuando fui la plaza
estaba tomada por parejas con sus trajes de boda.
Por supuesto la catedral de
San Basilio es el monumento que más llama la atención, con sus cúpulas que
parecen bulbos de un colorido increíble. Según me dijeron existe una leyenda
que dice que el zar Iván hizo dejar ciego a su arquitecto Yákovley para que no
pudiera construir más algo parecido o mejor.
La moneda con la que compré
fue el dólar a pesar de que la oficial era el rublo. El rublo lleva impreso el
emblema del banco ruso con un águila de dos cabezas y las monedas o kopeks
están impresas por San Jorge con una lanza atravesando a un dragón.
Visité el Teatro Bolshói un
magnífico edificio en la que se representa, danza, opera y teatro. Al parecer
cuando se inauguró, actuaron un ballet catalán. Y allí pude ver mi pieza
favorita, el Lago de los cisnes, me quedé impresionada, creo que nunca he visto
algo tan hermoso.
Otra de mis visitas fue al
centro Panruso, un centro de exposiciones de los logros económicos de la URSS.
Este centro es un inmenso parque con casetas, edificios, fuentes y una pista de
hielo gigantesca. Me pareció muy curioso que la entrada principal fuera un arco
del triunfo. Allí puedes estar todo el día visitando todo lo que allí exponen y
lo que más me llamó la atención fue el Museo de la Cosmonáutica, donde pude ver
el primer satélite que los soviéticos mandaron llamado Sputnik y su famosa
perrita Laika y pude entrar en el interior de un módulo espacial. Lo que allí
se expone me pareció muy diferente a lo que nos acostumbran los americanos en
sus películas y en sus viajes espaciales.
Un día decidí ir a una
librería con libros en español y junto con una pareja que conocí allí nos
dispusimos a ir. La ida fue fácil pues cogimos un taxi a la puerta del hotel,
pero la vuelta fue más difícil, pues allí los taxis solo los podías coger en
las paradas y nos llamó la atención que había filas de personas para cogerlos.
Luego nos dimos cuenta que allí las embarazadas, los niños pequeños, las
personas que están cargadas con bultos o los minusválidos tienen preferencia
para coger los vehículos, y como ninguno de nosotros estábamos en esas
circunstancias tardamos una vida para poder llegar al hotel.
La gente allí me pareció
seria pero muy amable y la sensación es que hablan poco, pero trabajan mucho y
con mucha precisión, a pesar del frio, Moscú es una ciudad maravillosa digna de
ser visitada.
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