Ha sido hoy cuando he
entrado en casa con mi perrito, cuando me he dado cuenta el olor que flotaba ya
desde la entrada. No sé por qué he aspirado profundamente y me he sentido
reconfortada.
El día se había levantado
antes que yo acompañado de niebla, eso me había hecho estremecer de frío solo
de pensarlo. Tengo que decir que a mí las condiciones atmosféricas me pesan en
el ánimo, si el día amanece soleado suelo estar más contenta que si lo hace
nublado. En ocasiones si antes de subir las persianas pienso que el sol me va a
cegar y luego me doy cuenta que no hay ni un rayo, mi voluntad cambia
radicalmente.
El caso es que además desde
siempre los olores me cambian también mi estado espiritual, y el olor a hogar,
ese hogar que he construido alrededor mío me hace sentir protegida, amparada y
feliz.
Recuerdo como si fuera ayer
el olor de la cartera nueva, los lápices sin utilizar y los cuadernos y libros que
me compraban para comenzar el curso escolar, era maravilloso, por ello creo que
me siento tan bien cuando entro en una papelería/librería, y tengo el impulso
de comprarme todo. Durante mucho tiempo pensé en poner un establecimiento así,
me imaginaba rodeada de millones de libros que poder leer, tocar y oler.
Ahora solo leo en libros
electrónicos, el aparatito más práctico del mundo mundial, si yo hubiera tenido
uno cuando hacia la hora y media en metro que tardaba desde mi casa a la
oficina, hubiera sido fantástico, recuerdo cuantos libros de enorme volumen y
peso que acarreé siempre en los transportes públicos, pero las cosas pasan
cuando tienen que pasar y es ahora que no recorro Madrid de punta a punta
cuando tengo un fantástico e-book.
Lo único malo del e-book es
que no huele a libro, lo echo de menos, sobre todo cuando empezaba a leer uno
nuevo, lo habría con mucha ilusión esperando que su lectura me atrapara como
otras veces, de tal forma, que me olvidara de todo y todos y me llevara hasta
el éxtasis que algunos me han transportado. Deberían de introducir esa rutina
en los e-book, y que cuando se encendieran produjeran un olor a libro nuevo y a
hojas recién impresas.
También me viene a la
memoria el olor a muñeca nueva, ese olor que aspirabas abrazando a tu nueva
amiga y confidente. Cuando la mañana de reyes me levantaba e iba hasta el salón
para encontrarme con las sorpresas que allí los magos habían dejado, ya desde
el pasillo, podías percibir el olor a muñeca nueva, era fascinante. Olor que
desaparecía con el tiempo pero que nunca olvidabas del todo. No sé el motivo,
pero ya las muñecas no huelen así, ahora cuando compro alguna para mi nieta,
puedo comprobar desolada que no huele a nada o su leve olor no te lleva a
ningún sitio.
Y recuerdo el olor a mi
madre, recuerdo el perfume que utilizaba y que seguramente ya no se fabricará,
pero me dejó huella imborrable. Cuando entro en alguna perfumería busco ese
aroma a polvos de cara y perfume de frasquito pequeño de un color ocre que me
transporta a abrazos interminables, uñas perfectas, sonrisa encantadora y
regañinas con zapatilla en la mano. Mi madre que murió demasiado pronto y que
aún hoy la encuentro en mis sueños. Siempre pienso como hubiera cambiado mi
vida si mi madre y mi padre hubieran vivido, por lo menos, hasta conocer a sus
nietos.
Nunca me ha gustado el olor
a nenuco que todas las madres ponen a los bebés e incluso utilizan siendo mayores,
creo que es una falacia, mis bebés siempre tenían su olor particular, único y exquisito,
sin necesidad de utilizar otra química no natural. Un bebé recién bañado
desprende un aroma tan especial que no necesita esconderlo, nunca he entendido
las mamás que “bañan” literalmente en nenuco a sus bebés haciendo que ya no
resalte su personalidad, y confundiéndoles con el resto de bebés nenucoaromatizados.
En el libro El perfume de
Patrick Süskind, al pequeño huérfano Grenouille, no le quieren las nodrizas
pues además de voraz y raro, no huele tal como se supone que debe oler un bebé,
ahora pasaría inadvertido al recibir las colonias infantiles que existen.
Recuerdo como olían los
cines cuando yo era pequeña, me encantaba, y hace poco me he enterado que un
español el ingeniero Porcar ha inventado el Olorama, para que se pueda
incorporar a los cines. Es un aparatito sincronizado a la wifi del reproductor
de la película que dispersa hasta doce aromas diferentes. El aroma dura el
tiempo justo en cada escena. Espero que con este invento desaparezca el olor a
palomitas de los cines.
Cuando llego a cualquier playa
me inunda la paz interior al oler el perfume que emana el mar. Hace poco estuve
en Menorca, allí la vegetación está muy cerca del mar y el aroma que hay en el
aire es el más fantástico que nadie pueda disfrutar y junto al silencio y el
canto de los pájaros hacen que te puedas transportar al nirvana.
Me gusta el olor de la hierba
recién cortada, de las rosas primaverales, el de la madera de los árboles, así
como la resina que algunos desprenden, el humo de una chimenea encendida, el de
la cocina en navidad, el de las velas cuando se apagan, el de tierra mojada de
la lluvia en verano, las sábanas recién lavadas, los melocotones y todo aquello
que me hace sentir viva.
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