Se despertó demasiado
pronto, como tenía costumbre, miró el reloj y se tiró de la cama sin pensárselo
más. Había sido así desde siempre y hay costumbres que nunca había cambiado
porque los consideraba como parte de su carácter, su lógica y forma de ser, lo
que la definía y le daba sensación de control.
Era una maniática del
orden, que todo estuviera en su sitio, el que le correspondía, y eso que hacía
algunos años que había aflojado un poco y ahora permitía cierto desorden en su
vida, como muchas otras cosas era por su experiencia que le había permitido
saber que nada es perfecto.
Había buscado toda la vida
la perfección en ella, necesitaba pensar que todo lo hacía bien, lo pensaba
todo al milímetro para ello, no se permitía errores y cuando los cometía se
odiaba por ello. Alguien le dijo un día que eso era porque sus padres la
inculcaron valores muy poderosos, así como límites y formas de estar, la
indujeron a que todo debería de hacerlo “como dios manda”, y sin embargo nunca
le habían enseñado a parar en la búsqueda constante del perfeccionismo.
Lo primero que hacía
siempre era encender el móvil, no sabía muy bien el por qué ya que no era muy habitual
que la escribieran o la llamaran a esas horas, pero pudiera ser que siempre
esperara una sorpresa, y sin embargo no le gustaban las sorpresas.
Luego encendía el ordenador
y miraba su correo, su cuenta del banco y anotaba pulcramente en un Excel los
gastos y los ingresos, (nuevamente el control), y después desayunaba en la
cocina, que desde que era primavera estaba ya a esas horas, inundada por el sol
que tanto la gustaba. Luego revisaba la lista de las cosas que tenía que hacer
ese día, lista que había hecho con antelación, para no dejar nada al albedrío.
Se sentía ese día muy
vulnerable, sensación que la ponía muy triste. Últimamente se sentía así muy a menudo,
pensaba que eran las hormonas o la falta de estas, pero no podía remediarlo.
Las mujeres siempre bajo el yugo de las hormonas, sin poder evitarlo ni que
nadie pusiera remedio en ello.
Se vistió con la ropa que el día
anterior había preparado, cogió la bolsa de deporte y salió de casa para
dirigirse al gim.
El gimnasio no la gustaba
en absoluto, además a esas horas se llenaba de mujeres que acababan de dejar a
sus niños en el colegio y cotorreaban las unas con las otras con el rollo de
siempre de colegios, niños, maridos y limpieza de casa. Ella solo las sonreía e
intentaba enfrascarse en sus pensamientos, aunque pocas veces lo conseguía. Intentó concentrarse en la música de su mp3 y en hacer correctamente los ejercicios que cada máquina requería, máquinas que estaban hechas para que doliese alguna parte del cuerpo. Una de las encargadas se acercó a ella para
indicarla que el siguiente sábado iban a realizar una cena y que, si en esta
ocasión quería apuntarse, puso una excusa ya estudiada anteriormente, y rehusó
la invitación.
Siempre le había constado
hacer amigos, la gran mayoría de ellos, además, los había dejado por el camino,
pues siempre se cansaba también de ellos. Así que solo la quedaban unos pocos,
con los que de vez en cuando quedaba para comer, cenar o tomar café, algo que
cada día le costaba más hacer.
Estaba sola, muy sola, su
poca familia más cercana había ido muriendo poco a poco y ella decidió ya hacía
años que no le apetecía nada casarse, se había entregado a su trabajo siempre,
trabajo que la hacía sentir útil y satisfecha y se sabía mirada con recelo por
sus compañeras ya casadas, ya que por lo general según iba pasando el tiempo
nadie entendía que no estuviera viviendo con un hombre o que no siquiera
tuviera novio.
Por supuesto había salido
con unos cuantos hombres, y pensaba que había estado enamorada de alguno de
ellos, pero no lo suficiente y al final siempre se aburría de ellos o se cansaba de que quisieran
llevar las riendas de la relación y considerarla inferior a ellos. Excepto en aquella ocasión.
La verdad es que la época en la que había nacido era así, una sociedad machista en la que los hombres siempre imperaban y las mujeres obedecían. Así había sido con muchas amigas suyas, que a pesar de haberla contado ese defecto de sus novios al final se habían casado con ellos, los seguían aguantando como podían, o terminaban divorciándose.
La verdad es que la época en la que había nacido era así, una sociedad machista en la que los hombres siempre imperaban y las mujeres obedecían. Así había sido con muchas amigas suyas, que a pesar de haberla contado ese defecto de sus novios al final se habían casado con ellos, los seguían aguantando como podían, o terminaban divorciándose.
Y luego por supuesto, todas
habían sido madres, cosa que ella no pensaba que pudiera estar preparada.
Incluso en un momento determinado creyó que debía tener un bebé, pero luego se dio
cuenta que solo era por hacer lo que la gente hacía y por no sentirse aislada
en un mundo que nadie entendía.
Le gustaban los niños, pero
veía muy complicado eso de educarlos sin cometer los errores que todos cometen
y que por un motivo u otro los hacían desgraciados para toda su vida. Las
madres tienen la culpa de todo ¿no es así?, ella misma echaba la culpa a su
madre de todas sus penurias. Nunca se había llevado bien con ella, siempre
pensó que era una mujer frágil que dependía de su marido para todo.
Extraordinaria como ama de casa, pero nada más. La ponía nerviosa cuando la
veía llorar con los seriales de la radio, o con los dramas de las películas y
siempre la subestimó. Su madre había
recibido muy poco cariño en su infancia y en consecuencia tampoco fue cariñosa
con su hija y entre ellas siempre hubo un abismo enorme.
Continuará....
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