CAPITULO V - EL PASADO

Llegó a casa muy cansada y con un dolor de cabeza profundo que la martilleaba la cabeza. Se tomó dos aspirinas con una pizca de agua, y suplicó a la nada para que le hicieran efecto rápidamente.

Empezó a elegir la ropa que se iba a poner aquella noche. Había quedado a cenar con Julio, su apuesto excompañero de trabajo. Julio tenía 10 años más que ella, estaba divorciado hacía más de dos décadas y en su día fue su profesor, mentor y mejor amigo.

Mientras rebuscaba entre vestidos, pantalones, camisas y faldas recordó cómo le conoció, cuando consiguió pasar las pruebas para ayudante de forense de la policía nacional, después de haber estudiado cuatro años para ello y de prepararse físicamente, logró lo que hacía tanto que deseaba.

Fueron cuatro años en los que no tuvo apenas contacto con nadie, deseaba conseguir sacar las oposiciones más que nada en el mundo y para ello se enclaustró en casa de su tía, y solo salía para ir al preparador físico. Estudiaba más de 13 horas al día y no se permitía ni descansar los domingos. Fue cuando se dio cuenta que su tía era un incordio, siempre llorando y suplicando que saliera, que se divirtiera un poco, que comiera más, que no podía seguir así o enfermaría, encima la dio por invitar a casa a cualquier bicho viviente que fuera varón y soltero, intentando que conociera a un hombre para casarse.

Cuando su tía se escurrió en el suelo mojado del baño y se cayó  rompiéndose la cabeza con el bordillo del lavabo, sintió muchísima pena, pero en el fondo se sintió aliviada de la presión a la que la sometía.  Se permitió dos días de luto en la que recibió a los amigos de su tía que trataban en consolarla y luego siguió con su ritmo de estudio que tanto la hacía sentir segura.  

Por supuesto consiguió aprobar a la primera y con la nota más alta, así que pudo elegir destino. Estuvo tentada en alejarse e irse a Galicia, pero era la única visita que recibía su padre y hasta que este falleciera decidió quedarse en Madrid.

El primer día en ese edificio mitad moderno y mitad antiguo pero terriblemente sobrio, su jefe directo la presentó a todo el equipo forense con los que debería de trabajar y sobre todo aprender. Como en casi todas las profesiones hasta que no te encuentras con la realidad de lo que vas a dedicarte, no sabes ni la mitad de la media, la experiencia siempre será un grado.

Por supuesto todo el equipo era varonil, solo había una mujer ya mayor y a punto de jubilarse que era la secretaria del departamento, así que tuvo que brear con altos índices de testosterona y alguna que otra mano larga que cortaba por lo sano y que la valió el apelativo de “la borde”. Era un mundo de hombres y tuvo que encontrar su lugar a costa de mucho trabajo, malas contestaciones y evitar parecer femenina.

Estaba segura que muchos de ellos la odiaban pero realmente era envidia, pues a pesar de su juventud en poco tiempo destacó por sus capacidades.

Julio sin embargo siempre la trató bien, se hizo cargo de su formación y siempre la respetó. Cada día la saludaba con un “niña tu vales mucho” y la enseñó todo lo que sabía, hasta que un día haciendo una profunda reverencia la dijo que ya no podía enseñarla más, pues ella le superaba con creces por su intuición y ese sexto sentido que la caracterizaba.

A ella solo le importaba su trabajo, no solo por medrar sino para ser la mejor en su campo, y consiguió varias medallas honorificas y el respeto de sus superiores.

Llegó al restaurante antes de la hora, como siempre la horrorizaba llegar tarde y por ello siempre llegaba demasiado pronto. Se sentó en la barra y pidió una cerveza sin alcohol, poco a poco su dolor de cabeza había remitido considerablemente y solo le quedaba ese poso que ella comparaba como el dolor de las agujetas y un cansancio profundo que siempre la hacía dormir durante horas con un sueño poco reparador lleno de pesadillas. Pero había quedado con Julio y tuvo que sacar fuerzas y llegar a la cita.

Julio como siempre, apareció con media hora de retraso, esa costumbre siempre la había cabreado, pero con el tiempo se acostumbró pues era una característica de Julio, nunca llegaba bien a las citas, ni siquiera llegaba puntual al trabajo.

Como era costumbre, la saludo con un beso en cada mejilla y un “niña tu vales mucho”. Le encontró más gordo y más viejo, pensó si a él ella le había parecido lo mismo.

Hablaron de las anécdotas que siempre recordaban, se rieron un rato largo mientras degustaban la excelente comida que siempre hacían en ese restaurante y con el café se pusieron más serios y se preguntaron por su vida actual.

Él después de su jubilación se había ido a vivir a Alicante a un pequeño apartamento enfrente de la playa que tanto quería, pero la confesó que se aburría un poco y que echaba de menos su antigua vida profesional. Preguntó por su padre y luego de estar en silencio algunos minutos le pregunto por su vida sentimental, y como se seguía sintiendo después de la muerte de Arturo.

Arturo fue un compañero de la brigada con el que ella había tenido una relación tórrida durante dos años. Pero como siempre la sucedía, se cansó de él y quiso terminar con esa relación que cada día la exigía más. Arturo la rogó que no le dejara, incluso la prometió que nunca más la solicitaría que se fueran a vivir juntos, pero ella ya había tomado una decisión y fue fiel a ella. Después de estar un mes soportando las continuas llamadas y los mensajes de él a todas horas, Arturo decidió poner fin a su vida tirándose por el balcón del piso en el que vivía.

Todos en la brigada entendió el motivo del suicidio, a pesar de que nunca dejó ningún mensaje indicándolo y se consternaron primero y luego se preocuparon por ella. Ella se sintió culpable durante un tiempo, pero al final decidió que Arturo era una persona débil y se alegró de haber tomado la decisión de dejarle ir.

Ella le dijo que ya apenas se acordaba de Arturo y Julio le volvió a insistir en que debería de ir a un psicólogo pues siempre había opinado que ella se resistía a tener una relación sentimental a causa de su pasado y del matrimonio de sus padres.

A ella le comenzó a doler nuevamente la cabeza y le suplicó que cambiaran de tema. De pronto empezó a sentir náuseas y a sentirse molesta por estar allí, así que sutilmente empezó a cerrar la conversación centrándolo en la próxima vez que se verían.

Luego de pagar la cuenta, se despidieron en la puerta del restaurante, deseándose lo mejor.


CONTINUARA.

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