CAPITULO III. LA VISITA

Tuvo suerte y pudo aparcar cerca de la residencia. El edificio principal de estilo sencillo de ladrillo rojo estaba rodeado de una gran explanada de césped y una fuente donde varios bancos albergaban a ancianos y sus acompañantes. No le gustaba ir allí, se sentía como en otro mundo, un mundo de viejos seniles y enfermedades causadas por la avanzada edad, siempre pensó que pasase lo que pasase ella nunca estaría en un lugar como ese, antes pondría solución definitiva para ello.

Abrió la cancela y caminó por el sendero de piedra que llegaba hasta la puerta principal, todos los que estaban en el jardín la miraban curiosos, las visitas siempre eran una novedad a tener en cuenta, sobre todo de diario. Los fines de semana o los días festivos solían ir de visita los familiares y solían llenar todo el jardín entre conversaciones a gritos ya que algunos de los residentes no andaban bien del oído, y los chillidos de los niños que jugaban entre ellos pasando totalmente del deprimente lugar.

Entró y se dirigió a la recepción, para anunciarse, en esos momentos no había nadie en el mostrador y tuvo que esperar un rato, así que observo las paredes ya ajadas que necesitaban de una severa restauración y que en su día fueron de color beige. Se dio cuenta que en ningún sitio de la residencia había un espejo, supuso que era totalmente adrede, ¿para qué querían los ancianos verse en ellos? Una escalera a un lado y un ascensor vetusto pero muy amplio para que entraran sillas de ruedas y camillas, eran toda la decoración. Al rato, de la puerta que estaba detrás del mostrador apareció la enfermera encargada de la recepción que le mostró una amplia sonrisa, ya la conocía de otras veces se llamaba Paula y sin mediar palabra descolgó el teléfono que estaba en el mostrador y comentó que la hija de Luis Arrieta había llegado ya. Cuando colgó, la dijo que la siguiera; en el recorrido que había desde la entrada hasta el salón donde estaba su padre, la enfermera la dio el parte diario, al parecer había pasado buena noche y todo iba en normal desarrollo.

Cuando llegaron al salón, la enfermera abrió la puerta y la dejó pasar, cerrando después tras ella. Miró el gran salón donde se encontraba el único televisor que había para los residentes. Esta predominaba la estancia y alrededor de él había distintos sillones repletos de ancianos mirando la pantalla, junto a algunos en silla de ruedas. También había algunas mesas donde algunos jugaban en silencio a las cartas, como autómatas. Vio que su padre estaba en su silla cerca de la gran ventana, siempre le colocaban allí ya que no hablaba y pensaban que tampoco se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor, pero ella pensaba que sí que se daba cuenta, lo intuía por la forma de mirarla con esos ojos llorosos que se abrían mucho cuando ella le tocaba la mano o le daba un beso.

Allí tuvo que ingresar a su padre hacía ya unos cuantos años, desde que se calló en la cocina mientras preparaba la cena y se dio en la cabeza con esquina de la mesa. Ella por aquel entonces estaba pasando unos días de permiso en su casa y pudo ver el incidente y llamar a los servicios de urgencia que, a pesar de llegar en pocos minutos, solo pudieron reanimarlo, pero a partir de ese día su padre se sumió en un profundo silencio y a ser un ser inmóvil para siempre. Al parecer el golpe le causó una hemorragia interna en el cerebro que hizo que su cuerpo solo le sirviera de cárcel, sin que nada ni nadie pudiera remediarlo.

Una vez que le diera el beso correspondiente, acercó una silla a la que ocupaba su padre y como siempre empezó a contarle cosas de su vida cotidiana, por hablar de algo parloteaba sin cesar contándole cosas intrascendentes. En un momento determinado y cansada de escucharse a sí misma, miró a su padre a los ojos y apretándole una de las manos que caía inerte sobre su pierna, le susurró: “seguro que me entiendes ¿verdad?, estoy segura que lo entiendes todo, es una pena que nadie sepa que tu cerebro funciona perfectamente, aunque no te puedas mover, ¡me das lástima, estás tan solo!”. Luego sonriendo miró a su alrededor comprobando que nadie la estaba escuchando. Se levantó de la silla, la colocó en su sitio, le dio un beso a su padre en la frente y se marchó de allí, antes de que se apoderase de ella el asco que sentía hasta la arcada, el olor que despedía ese sitio, olor a rancio, a expiración, a derrota y a muerte.  

Salió de allí casi corriendo, entró en el coche y se dio cuenta que estaba ligeramente mareada y que sudaba profusamente. Entonces le vino a la memoria otra de las ocasiones que se sintió así, fue cuando bajaba las escaleras del colegio con su amiga Lucia. 

En ocasiones se retaban para hacer cosas un tanto prohibidas, el colegio era muy aburrido y había pocas cosas que hacer que no fuera las actividades escolares y extraescolares, los deportes como el baloncesto o el tenis y la lectura en su gran biblioteca. Pero aparte de eso no había nunca nada emocionante, así que aquel día la retó a Lucia a subirse al pasamanos de la escalera y andar haciendo equilibrios por allí como en otras ocasiones. A esas horas todo el mundo estaba en clase, menos ellas que habían pedido permiso para ir al servicio, por lo que no había nadie en los pasillos. Ella empezó a sentirse mareada y a transpirar copiosamente y empezó a verlo todo como a través de una niebla muy densa, así es como pudo ver como Lucia daba un traspiés y se caía por el hueco de las escaleras seis pisos más abajo.

Continuará...



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