El
interés de los especialistas en ciencia de la alimentación por los beneficios
que puede proporcionar al hombre un mayor consumo de pescado radica en una
serie de comprobaciones epidemiológicas y experimentales. Es casi imposible, y
además superfluo, examinar en detalle las características bromatológicas de las
numerosas especies de pescado de captura o de piscifactoría (acuicultura).
Desde el punto de vista nutricional, bastará con que demos una valoración
global de su valor proteínico, de su contenido en grasas, minerales y
vitaminas, de su digestibilidad y finalmente del valor preventivo que su
consumo supone como suministrador de sustancias químicas progenitoras de “reguladores”
bioquímicos de la fluidez de la sangre y de las membranas celulares.
Por
lo que respecta a la presencia de aminoácidos indispensables, se considera que
la carne del pescado está al mismo nivel que las carnes bovinas. Así pues, desde
el punto de vista proteínico hay una plena intercambiabilidad entre carnes de
animales terrestres o acuáticos; sin embargo, el pescado tiene la ventaja de
procurar una masticación más fácil y una mayor digestibilidad. Esta
característica, debida a la menor presencia de haces de tejido conjuntivo,
indujo desde la antigüedad a los médicos a prescribir pescado a los ancianos y
a los niños y a incluir su consumo en las dietas terapéuticas. La mejor
digestibilidad de una lubina, comparada con la de un filete, no es obviamente
una ventaja de orden exclusivamente dietoterapéutico, pero es una virtud que
resulta útil a todos, al trabajador que dispone sólo de un breve tiempo en el
comedor de su empresa y al deportista que no puede y no debe realizar un serio esfuerzo
muscular sin que hayan pasado al menos dos o tres horas de la comida.
Además,
en igualdad de contenido en aminoácidos, ningún otro alimento “proteínico” como
el pescado permite limitar simultáneamente el aporte de grasas saturadas. Esto
representa una notable ventaja para los consumidores de los países
industrializados, donde la hipercolesterolemia, los trastornos del metabolismo
de los lípidos y el exceso de peso aparecen con inquietante frecuencia
estadística entre los factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares
degenerativas.
Para
aquellos, especialmente los ancianos, que se sienten más atraídos por el
sedentarismo o están obligados a él, es bueno alternar metódicamente el pescado
con quesos, embutidos y huevos porque ello implica un ahorro calórico sin
sacrificios “cuantitativos” en las cantidades ni en el necesario placer
gastronómico.
Cualquier
dieta adelgazante o de mantenimiento elaborada por el dietólogo o a través del
ordenador debe contemplar el pescado como opción preferente entre todos los
alimentos proteínicos.
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