Que
me vuelven loca los viajes, está claro, hacer maletas para viajar es lo mío,
que me lo paso “pipa” planeando esos viajes es una verdad contundente, que,
aunque con respeto, me siento cómoda en un avión es cierto, que siento un nudo
en el estómago similar a cuando se está enamorado/a, cuando viajo es real, total
creo que mi alma es viajera.
El
último viaje que hice fue a LA GRAN MANZANA, una semana llena de emociones. Fue
un viaje añorado hacía tiempo y por fin pude realizarlo. Después de hacer el papeleo
correspondiente para que me dejaran entrar allí, y que pagara el viaje, es
decir cuando era concluyente que iba a visitar Manhattan empezó mi aventura.
Me
compré dos guías sobre New York, me las leí de cabo a rabo, me empapé en un mes
de todo lo que se podría ver, oír y vivir. Decidí lo que estaba dispuesta a
realizar y me preparé para el viaje sintiendo la felicidad dentro de mí.
Tengo
que decir que fue a primeros de septiembre, pues en New York el verano es muy
caluroso y la humedad que producen el rio Hudson y East River hace que sea
complicado estar en la calle durante mucho tiempo, y yo pensaba pasear por las
calles mucho, durante mi estancia.
Yo
pensaba que no me iba a impactar Manhattan pues estaba tan acostumbrada a verlo
en las películas americanas que casi me sentía haber estado antes allí, pero
¡oh sorpresa! me sorprendió y mucho.
Era
cierto que los rascacielos hacen que mirar hacia el cielo cuando estás en cualquier
calle de Manhattan haga que tengas que doblar tu cuerpo al estilo Matrix. Es
cierto que las calles están siempre repletas de gente en un devenir continuo.
Es cierto que los buzones son azules, que los taxis son amarillos y que sale
vaho de debajo del asfalto. Esto último
me explicaron que era porque en Manhattan la calefacción iba por las alcantarillas
y el vaho que se produce tiene que salir al exterior a través de unas chimeneas
que tienen rayas blancas y naranjas.
El
tráfico es impactante, en ocasiones es mejor andar que coger sus autobuses o
taxis, por lo que el medio de transporte ideal es su metro.
Es
comodísimo para un castellano parlante viajar a New York, allí el 90% de
personas hablan español. Hay mucho emigrante que o vive allí o se traslada
todos los días allí para trabajar.
La
gente me pareció muy amable. Me contaron que las personas que trabajan allí lo
hacen pensando que cuando tengan el dinero suficiente volverán a sus países o
condados o pueblos y que viven el día a día sin querer echar raíces, pero que
el tiempo de alguna forma se les echa a ellos encima y es difícil que alguien
se vuelva a marchar. Por ello en esa marabunta de personas que conviven allí,
reina la soledad por lo que la gente está deseosa de hablar o comunicarse con
otras personas.
Yo
tuve un incidente en el metro, el billete que acababa de comprar no me permitía
la entrada al andén, una persona sin mediar palabra me lo cogió y se dirigió a
la taquilla y allí reclamó en inglés que me cambiaran el billete por otro que
funcionara, y así pude pasar, yo me quedé sin palabras, pues yo no había pedido
que me ayudara y esa persona lo hizo con tanta amabilidad y como si fuera su
responsabilidad. Nunca lo olvidaré.
En
efecto, los neoyorquinos no tienen lavadoras en sus casas y nunca verás
tendederos en las ventanas, llevan su colada a esos establecimientos que tienen
grandes lavadoras que por una moneda te la lava y te la seca, mientras la gente se pone a leer en bancos que hay para tal fin o escuchan música
con sus cascos sin molestar a nadie.
Cuando
estuve hacia diez años que había ocurrido los atentados terroristas a las
torres gemelas, por lo que no pude visitar el socavón y las obras que se
estaban realizando pues un cordón policial lo impedía. En la catedral de San
Patricio se preparaba para conmemorar la gran tragedia y los policías vestían sus
grandes galas.
Por
supuesto visité entre otros Central Park, Battery Park, East River Park, allí
la gente se sienta en el césped para leer o hacer picnic con los niños, cuando
el sol lo permite. Una curiosidad es que un día llovió copiosamente durante
horas, así que pensé que al día siguiente los parques estarían inundados de
agua y que no se podría pisar por el barro, pero no fue así, el agua
desapareció por arte de magia y se pudo pasear por parques y calles sin
problema.
Me
llamó mucho la atención la cantidad de iglesias que había allí, casi que cada
dos calles te topabas con una, las había de toda clase de creencias adosadas a
un rascacielos.
Y
si, también hay muchos Starbucks o similares, donde puedes tomar el café que
quieras con el trozo de tarta correspondiente, no puedes irte de allí sin
probar sus famosas tartas, súper dulces.
Y
también debes de coger el ferry que es gratuito para visitar la gran estatua de
la libertad, merece la pena ver el paisaje desde el barco y desde la pequeña
isla, sobre todo de noche. Porque es la ciudad que nunca duerme y es cierto, a
cualquier hora de la noche todo sigue funcionando. Solo me quedé con ganas de ver desde un helicóptero
la ciudad, pero como siempre cuando visito otro país pienso que tengo que
volver para hacer lo que no me dio tiempo.
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