Sin
ilusiones perdemos la fuerza que nos mueve, el timón que nos guía, el horizonte
que nos espera. Podemos perder la cartera, el paraguas, las llaves, hasta la ropa,
pero no las ilusiones, porque entonces sólo queda la desesperanza.
El
ser humano no puede vivir sin ilusiones. Porque entonces su existencia sólo es
un cúmulo de obligaciones sin sentido, de esfuerzos malgastados, de falsas
responsabilidades, de insatisfacciones permanente…, de trampas constantes.
Hay
demasiada gente triste, demasiados niños perdidos, demasiados adultos
confundidos, demasiadas personas sin esperanza…. Demasiado peso a nuestras
espaldas.
¿Qué
está fallando en nuestro sistema de vida? ¿Por qué tienen tanto éxito los
cursos que combaten la ansiedad y el estrés? ¿Qué buscamos? ¿Qué esperamos
encontrar?... Seguramente buscamos lo que hemos perdido y, aunque en muchas
ocasiones no sabríamos definirlo, en realidad hemos perdido la ilusión.
Creo
que uno de los primeros aspectos que conviene trabajar cuando se ha perdido la
ilusión, es volver a encontrar nuestra misión, esa meta que justifica nuestros
esfuerzos y da sentido a nuestra vida. A veces, de forma muy clara, el análisis
nos dice que tenemos que crear nuevos objetivos porque los antiguos quedaron
obsoletos; sin embargo, con frecuencia ese análisis riguroso nos hace ver lo
que ya no veíamos; nos ayuda de nuevo a encontrar el sentido a nuestros
esfuerzos y la utilidad a nuestro trabajo o sacrificio.
Al
final, TODOS TENEMOS UNA MISION. Porque el día que la persona no lo sienta así
será el principio de su desaliento.
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