¿Alguna
vez nos han enseñado a controlar nuestros pensamientos? No. Como muchos, nos
han dicho que no pensemos en determinadas cosas, o que controlemos nuestras
conductas, pero si tan siquiera nos han enseñado algo tan crucial como es el
que nuestro cerebro continuamente está pensando cosas, y esos pensamientos
determinan nuestros estados de ánimo: el que nos encontremos bien o mal. Cuando
percibimos esta realidad intentamos aprenderla conforme a nuestros viejos
hábitos, es decir, intentamos que esos pensamientos no nos alteren, y en el
mejor de los casos, controlarnos. ¿Pero nos hemos planteado que, además de
controlarlos, podemos ponerlos a nuestro servicio?
¿Qué
queremos decir? Que podemos pasar de la reacción a la acción.
Reaccionar
sería darnos cuenta de lo que estamos pensando e intentar controlarlo para que
no nos influya negativamente. Por el contrario, la acción significa que, de
forma voluntaria y consciente, intentamos poner nuestros pensamientos a nuestro
servicio: provocamos y producimos intencionadamente nuestros pensamientos, no
nos dedicamos sólo a reaccionar ante ellos.
Si
yo me siento mal tengo, fundamentalmente, cuatro opciones:
1.
Desesperarme
2. Intentar soportar esta
situación lo mejor posible.
3. Intentar controlar los
pensamientos que me provocan ese estado
4. Ir por delante, controlar
los pensamientos negativos o irracionales y poner en su lugar pensamientos más
racionales y positivos.
Dentro
de lo que podríamos llamar Salud Menta, indudablemente la mejor opción es la
cuarta, pero aún podemos mejorar nuestros hábitos si pasamos a la acción; es
decir, si de forma consciente intentamos dirigir esos pensamientos que
continuamente nos acompañan en lugar de dejarnos sorprender por ellos. Será más
fácil que controle mi ansiedad ante una situación de examen, provocándome
pensamientos y frases positivas sobre esa situación que dedicándome a contrarrestar
los pensamientos negativos o pesimistas que me vienen a la cabeza.
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