En
la concepción de la soltería se ha pasado insidiosamente del estado civil –
soltera – a un sentimiento – la soledad -, sin contemplar que vivir sola no es
equivalente a vivir aislada, ni ser solitaria ni misántropa. En algunas
ocasiones, de hecho, supone lo contrario, ya que tener una mayor disponibilidad
favorece nuestra capacidad de encuentro y relación con los demás. A esto se
suma la extendida idea de que el divorcio comporta soledad, cuando en realidad
se trata de un acto jurídico de ruptura y de cambio del estado civil y vital
que no tiene por qué conllevar automáticamente soledad, puesto que este
sentimiento difuso es difícil de cualificar y calibrar. La mayoría de las
demandas de divorcio son planteadas por mujeres; por algo será. No creo que la
causa determinante sea su ambición desmedida, ya que los testimonios y las
estadísticas reflejan otras causas, más relacionadas con situaciones
inaceptables o decididamente insatisfactorias. Sin embargo, porcentualmente es
mayor el número de hombres que se divorcian porque encuentran un nuevo amor que
las mujeres que actúan por esta motivación. Que la gran mayoría de las mujeres
que se separan no lo hacen por egoísmo queda claro desde el momento en que un
elevado número de hogares monoparentales tiene por cabeza de familia a una
mujer.
A
pesar de los mensajes negativos y otro tipo de obstáculos, a pesar de los
impedimentos del neoconservadurismo, la concienciación de las mujeres sigue
avanzando. Entre estos mensajes cabe señalar uno de los más difundidos en
Estados Unidos, según el cual el mal de la mujer soltera moderna, mayor de
treinta años y sobre todo profesional, es la androfobia, consistente en un
temor profundamente arraigado a los hombres debido a la pésima influencia del
feminismo.
De la androfobia se pasa a las “mujeres que
aman demasiado”, título del libro de Robin Norwood que insiste en recordar que
quienes suelen tener este problema son las mujeres, en tanto que “adictas a los
hombres”. Su propuesta es la sumisión espiritual, ya que sólo la conexión con
un poder superior permitirá a las mujeres adictas a los hombres evitar este
sufrimiento emocional, cambiando una forma de pasividad por otra.
A
pesar de todo, algunos estudios de opinión realizados en Estados Unidos en
1985-1986 mostraban que el objetivo principal de las mujeres ya no era el
matrimonio. El 60 por ciento de las solteras opinaban que eran más felices que
sus amigas casadas, y las mujeres entre veinte y treinta años mostraban una
preferencia cada vez mayor por la soltería; muchas, en lugar de casarse,
preferían vivir con el hombre al que amaban. También se constató en las mujeres
una correlación entre mayor nivel de ingresos y rechazo al matrimonio, al
contrario que los hombres, que manifestaban más deseos de casarse.
"Solas" Carmen Alborch
"Solas" Carmen Alborch
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