Las
estadísticas dicen que el sobrepeso no es un buen pasaporte para quien aspire a
la longevidad. Algún kilo de más sobre el peso ideal va teniendo su importancia
conforme pasan los años, pero no representa un hándicap si no subsisten estados
patológicos concretos (diabetes, hipertensión, cardiopatías). Sin embargo, es
indudable que, si el exceso de peso supera en un 20-30 % el peso ideal, es
necesario adoptar medidas para no añadir otro factor de riesgo a los que ya se derivan
del hecho de no ser jóvenes.
Para
valorar el estado de delgadez, de normalidad o de sobrepeso, se ha ideado un
método sencillísimo que consiste en dividir el peso del cuerpo (expresado en
kilogramos) por el cuadrado de la altura (altura por altura, en metros). La
cifra resultante expresa el llamado índice de masa corporal, abreviado en las
siglas IMC: un imperfecto método de valoración de la variabilidad el peso
adoptado habitualmente incluso por los nutricionistas clínicos.
Convencionalmente,
el IMC se considera “normal” si se sitúa entre los valores de 19 y 25, pero, de
entrada, podemos anticipar que los especialistas consideran insuficiente este
parámetro porque no proporciona informaciones sobre la calidad de la
composición corpórea: en efecto, no nos dice en qué proporción están
distribuidos en el cuerpo la valiosa masa muscular (músculos y órganos) y el
fardo metabólico de la masa grasa (tejido adiposo). Si nos limitamos al simple
dato del IMC, un atleta dotado de una potente musculatura podría presentar sobrepeso,
aunque su porcentaje de masa corporal fuese muy inferior a la media.
Los
estudios recientes demuestran que, al menos en los adultos que se hallan en el
umbral de los 60 años e incluso lo han superado, no hay evidencia estadística
de una menor esperanza de vida si su IMC se sitúa entre 27-28. Por tanto,
resulta absurda la obstinación con la que muchos ancianos se imponen toda clase
de sacrificios alimenticios para mantener un límite de peso demasiado riguroso.
Sobre todo, cuando la atención se centra sólo en reducir la alimentación sin el
correspondiente incremento de la actividad física. En efecto las restricciones
alimenticias necesarias para que un sedentario adelgace tiene muchos aspectos
negativos por que imponen el sometimiento a dietas altamente hipocalóricas y,
por tanto, carentes de elementos protectores (vitaminas, minerales) y causan,
junto a la perdida de grasa, la pérdida de una notable cantidad de masa
muscular.
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