Deberíamos
aprender cada día algo por el mero hecho de disfrutar. En muchas ocasiones
sustituimos el “aprender y disfrutar” de cada día, por el de hacer las tareas y
obligaciones inherentes a cada día.
Es
como si a la posibilidad de obtener satisfacción antepusiéramos la de sufrir y
sufrir; sería un sufrimiento inútil, pero estaría provocado por un hábito, por
una conducta mecánica, que convertiría lo inhabitual en frecuente.
¿La
vida tiene mucho sentido, si no es una “vida vivida”? No vivir la vida sería no
aprender cualquier situación, acontecimiento o pensamiento que pueble nuestra
mente. Me temo que en esas circunstancias descenderíamos a un nivel muy bajo,
pues la mayoría de los animales sí son capaces de “aprender” de las
experiencias.
Quizá
exista un rechazo al término aprendizaje, toda vez que para muchas culturas
aprender es sinónimo de esfuerzo y sacrificio, cuando no de sufrimiento. Muchos
adultos tienen este principio muy “grabado”; de tal forma que, incluso los
cursos de perfeccionamiento o reciclaje que se siguen en muchas empresas,
suscitan al principio cierta incertidumbre y no poca “pereza”.
Sólo la
habilidad y la profesionalidad del ponente y de la organización que lo imparte
consiguen superar esa apatía. Pero la verdad es que muchas consultoras o
centros de formación han terminado confundiéndose, y han convertido lo que
deben ser aprendizajes importantes en una disculpa, en un conjunto de “juego” o
situaciones simpáticas para que un grupo de adultos se lo pase bien, olvidando
el fin principal para el que fueron concebidos, que no es otro que facilitar
aprendizajes. No quiero decir con ello que la formación deba ser algo serio y
tedioso. Todo lo contrario, pero cualquier aprendizaje debe encerrar un
contenido y unos métodos que nos faciliten su asimilación; cuando se hace bien,
aprender, disfrutar y asimilar pueden y deben ir unidos.
En
la actualidad, muchos niños empiezan “disfrutando” en su primera etapa de
aprendizaje, en lo que llaman educación infantil; sin embargo, con demasiada
frecuencia, cuando comienzan las dificultades, o ante determinadas exigencias,
el disfrutar puede dar paso a empezar a pasarlo mal: los exámenes, controles y
evaluaciones se convierten en estímulos generadores de ansiedad; en carreras de
competición; en obstáculos difíciles de superar; los sentimientos de fracaso,
impotencia e inseguridad se generalizan hasta el punto de que a muchos niños,
adolescentes y jóvenes, es como si les hubieran privado de una parte importante
de sus vidas, una parte que nunca volverá.
El
aprendizaje bien entendido y bien facilitado, debería ser sinónimo de “vida
vivida”; de existencia auténtica, de alegría compartida y de crecimiento
constante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario