En
la Biblia, la palabra hebrea que traducimos por mandrágora tiene la misma raíz lingüística
que “amar”. Los ingleses llaman a la mandrágora “manzana del amor”. La palabra
alemana que designa esta planta tiene su raíz en runa, que significa “misterio”.
Plinio,
en su Historia Natural, aconsejaba que se marcase con una espada tres círculos
alrededor de la planta, dándole la espalda al viento, y se terminara el trabajo
con la cara hacia el oeste.
En
la Edad Media, la mandrágora se relaciona con el diablo. Se creía que los
brujos formaban figuras humanas con las raíces y que al disponer de tal
talismán se adquiría la facultad de hacer daño al enemigo o conseguir amor o
riquezas; o bien, que, si se llamaba a un demonio, éste acudía.
Ya
en el Génesis, se hace referencia a esta planta: “Salió Rubén al tiempo de la
siega del trigo, y halló en el campo unas mandrágoras, y se las trajo a Lía, su
madre, y dijo Raquel a Lía: “Dame, por favor, de las mandrágoras de tu hijo”.
Lía le contestó: “¿Te parece poco todavía hacerme quitado el marido, que quieres
también quitarme las mandrágoras de mi hijo?”. Y le dijo Raquel: “Mira, que
duerma esta noche contigo a cambio de las mandrágoras de tu hijo”. Vino Jacob
del campo por la tarde, y saliéndole Lía al encuentro, le dijo: “Entra en mí,
pues te he comprado por unas mandrágoras de mi hijo”. Y durmió con ella Jacob
aquella noche, y oyó Yahvé a Lía, que concibió y parió a Jacob el quinto hijo”.
Las
mandrágoras se utilizaban para ayudar a concebir a las mujeres estériles.

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