Panem
et circenses, o sea, pan y juegos, eran, según Juvenal, los dos intereses fundamentales
de los romanos. La distribución gratuita de trigo era el intento racional de
aliviar la miseria y de atraerse políticamente a las clases pobres, castigadas
por la sucesión de las carestías. El molinero-panadero romano se convierte en
un precursor de la producción en masa, destinada a saciar con pan y unas pocas
aceitunas, alubias, higos o queso a la vastísima plebe que no tenía ninguna
posibilidad de acceder a las cenas de ostentación social o a los banquetes de
Trimalción, reservados a una restringida aristocracia. Los distintos tipos de
pan sazonados con el añadido de otros pocos ingredientes acompañados de agua,
leche o vino, representaban el plandium, el almuerzo de medio día, un alimento
completo en sí mismo.
Hasta
mediados del siglo XX una considerable parte de la población ha vivido y ha
hecho frente al trabajo físico con una alimentación en la que el pan
representaba el 90% del aporte calórico global. Lo demás era “companaje”, término
ya en desuso y casi desconocido para los más jóvenes. Si el “pan y agua” de los
presos representaba la máxima exasperación del concepto, aun con sus carencias
garantizaba la supervivencia; el “pan y aceite” del campesino (desde el pan
tostado con aceite y ajo hasta el pan tostado con tomate) siempre ha gustado a
lo dietólogos y a los gastrónomos.
A
pesar de la carencia de algunos aminoácidos (lo cual no es un problema para una
población ya sobrealimentada), el pan contiene en sí mismo la esencia de la alimentación,
El profesor Trémolières, padre de la moderna nutrición clínica, escribió que, al
margen de toda sutileza dietética, cualquier trabajador manual habría podido
vivir en perfecto estado de salud con un kilo de pan, un litro de leche,
verduras y una fruta.
El
desarrollo de la civilización está asociado al descenso de las necesidades energéticas,
pero es irracional que la reducción calórica la paguen sólo algunos alimentos, como
el pan o la pasta, más que una metódica reducción de todas las cantidades.
Sólo
los ancianos conservan intacto el gusto y la necesidad del pan, que siguen
prefiriendo, al revés que sus nietos, y a veces en contradicción con los consejos
de algún joven médico poco atento al respeto de los hábitos y de los gustos
individuales. En cambio, la tradición y la racionalidad dietética legitiman la
supervivencia del pan en la “dieta equilibrada”; en todo caso, más discutible
es el uso del pan en sus muchas variantes ideadas por los panaderos para
enriquecer su sabor, pero también su coste y su cuota calórica.
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