La
historia cultural del hombre nos atestigua la presencia del juego en sus formas
más variadas, en todos los pueblos y en todas las civilizaciones. Satisface una
necesidad de la naturaleza humana.
El
juego siempre ha ejercido una acción estimulante sobre la fantasía, alentando a
los hombres a transformar incluso los objetos más extraños, más impensables, en
instrumentos de juego. Y cuando no tenía dichos objetos al alcance de la mano,
el hombre se las ingeniaba como podía Jugaba con esos mismos instrumentos que
sirven por excelencia para la comunicación: ¡las palabras!
A
este respecto, basta observa lo que les sucede a los niños en cuanto empiezan a
balbucear algo; es como si se les hubiese abierto un mundo nuevo con
posibilidades infinitas. Se nota que les causa placer controlar los elementos
de sus propios balbuceos (“ta-ta”, “pa-pa”, “ma-ma”, etc.), hasta la primera
palabra que implique un significado (los padres, un objeto útil, las personas
de la casa, etc.). Después su capacidad verbal aumenta progresivamente y llegan
a comprender y a pronunciar las primeras frases. Todo ello constituye un motivo
de satisfacción, de placer, que a su vez se transforma en un poderoso estímulo
para servirse del lenguaje verbal con el fin de ampliar y dominar cada vez más
su propio mundo de relaciones.
La
adquisición y el dominio del lenguaje verbal se manifiestan en los niños n un
aumento de la seguridad y del conocimiento de sí mismos; son elementos
indispensables de su maduración general. Un signo evidente de ésa es también el
placer que sienten al juntar elementos insólitos de términos dotados de
significado, en cuanto poseen algún vocabulario y saben construir frases con
sentido. Entonces saben emplear esta habilidad ideando auténticos jugos con las
palabras para divertirse entre ellos, pero también con los adultos.
Las
palabras y los distintos significados que producen las variaciones de sus
combinaciones siempre constituyen para los niños una sorpresa y el
descubrimiento de un mundo cuyo dominio es característica de los adultos.
Emplean
palabras como si éstas tuvieran una existencia autónoma y como si constituyera
las piezas de un inmenso rompecabezas, que se pueden combinar de mil maneras
siempre distintas y pueden producir, asimismo y a menudo, nuevas
configuraciones dotadas de significado.
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