Divagaciones históricas

La sabiduría de Salomón, rey de los hebreos (c.961-c.925 antes de Cristo), había llegado hasta los confines de la Tierra. Su propio nombre probablemente proceda de la raíz Shalom, que en hebreo significa paz. Efectivamente, fue un rey moderado y pacífico, dedicado a administrar justicia y establecer buenas relaciones con todos los pueblos vecinos. La fama que se había merecido no procedía de las victorias logradas en la guerra o de hazañas clamorosas, sino del culto a la inteligencia.
 
Entre los episodios significativos que refleja la Biblia, tenemos la fastuosa visita que le hizo la reina de Saba “que, fue para ponerle a prueba con enigmas”.  Salomón “contestó a todas las preguntas y no hubo misterio que el rey no supiera explicarle”. Según cuentan, la reina de Saba hizo un viaje larguísimo, desde la lejana Etiopía, para conocer en persona a Salomón y probar su inteligencia.

Quizá sea éste el testimonio directo más explícito de la difusión que en el Próximo Oriente tenía la costumbre de ejercitar la inteligencia por medio de enigmas y adivinanzas.

La historia pone en relieve que las primeras civilizaciones humanas surgieron a lo largo de los ríos (Nilo, Tigris-Eufrates, Indo), y que pudieron hacer, desarrollarse y durar largo tiempo sólo gracias a durísimos esfuerzos, porque el agua de los ríos sólo se podía transformar en fuente de vida por medio de una obra de reglamentación minuciosa y continua.

Y, sin embargo, en estas primeras comunidades la dureza de la vida dejaba ya tiempo a los hombres para el juego de la inteligencia. Entre los hallazgos arqueológicos más interesantes hay unos rudimentarios tableros de ajedrez que debían servir para juegos parecidos a las damas y el ajedrez.

No nos apartamos mucho de la veracidad histórica si observamos que, junto a estas primeras formas de juego, también se han afirmado los enigmas y adivinanzas como expresión de inteligencia.

Los antiguos griegos manifestaron, a este respecto, una tendencia especial, un placer toralmente intelectual. Se cuenta que Cratino, un poeta cómico ateniense que vivió en el siglo I a.C., enriquecía las escenas de sus comedias con juegos, anécdotas curiosas y adivinanzas que luego hacía que resolviera el público mismo. Era una ocurrencia original, con la que el poeta intentaba favorecer la participación activa de los atenienses, que, debido a ello, concurrirían masivamente a sus representaciones cómicas. Lástima que sus obras se hayan perdido y con los fragmentos que han quedado, pocos y sin contexto, no es posible reconstruir su contenido.

La diferencia de significado entre enigma y adivinanza se remonta a los antiguos griegos. Entre ellos el enigma era, por lo general, una breve composición en verso, llena de imágenes intencionadamente oscuras, de dobles sentidos, de juegos de palabras, con la que se presentaba un concepto que había que capar y poner en relieve en términos claros y evidentes. El halo de oscuridad y misterio que rodeaba al enigma lo convertía en algo serio, vinculado a la esfera de lo sagrado y de la experiencia religiosa. Las profecías que los oráculos y las Sibilas, se diseminados por todo el Mediterráneo, prodigaba a los hombres que a ellos acudían en busca de solución para problemas existenciales dramáticos o para conocer el futuro eran auténticos enigmas. En las comedias el enigma se solía presentar de forma populachera, burlona, aguda, refiriéndose a objetos y situaciones propios de la experiencia común, a veces incluso licenciosas. Este sentido es el que la tradición da al término de “adivinanzas”.



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