Sea
cual fuere la actividad que nos dispongamos a ejercer, hay que estar bien
equipados. Esto es válido para el carpintero, que ha de tener cepillos, limas y
barrenas, siempre en orden. Y vale también para el que estudia latín, que ha de
emplear diccionarios y textos muy actualizados.
Pero
habrá quien diga que estos son “equipamientos” que sólo sirven de verdad cuando
se saben usar bien. Empleando un término eficaz, diríamos que es cuestión de “maña”.
De
hecho, cada uno de nosotros tiene características personales que le permiten
obtener magníficos resultados en determinadas actividades y peores, o inclusive
malos, en otras. Y esas características son precisamente los elementos más importantes,
pues cuanto más dotados estemos de capacidades intelectuales, de flexibilidad,
de fantasía, mejor aprenderemos las técnicas y afinaremos esas competencias
específicas. Resumiendo, la inteligencia y la creatividad desempeñan un papel
fundamental. En ellas se basan las acciones de cada día, más o menos
consuetudinarias, las estrategias para resolver problemas, el trabajo que cada
cual lleva a cabo en la fábrica, en el colegio, en cualquier circunstancia
profesional.
Los
especialistas tienden a identificar el nivel intelectual de una persona con su
habilidad para resolver problemas específicos. Por lo tanto, emplean una
definición “operacional” que “identifica” una característica, la inteligencia,
por medio de sus manifestaciones. Todos los tests que normalmente aplican los
psicólogos constituyen los estímulos y, al mismo tiempo, las mediciones de las
capacidades de quienes consiguen superarlas de una forma más o menos brillante.
Así, se puede llegar a valoraciones objetivas, aunque restrictivas, respecto a
esa amplia gama de significados que corrientemente se suele relacionar con el
término inteligencia.
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