El
sistema de numeración romano implicaba considerables dificultades para realizar
cálculos sencillos, como, por ejemplo, multiplicar 48 x 288.
En
un determinado momento de la historia ya no resultaba ventajoso y cuando
Leonardo Pisano, apodado el Fibonacci, introdujo en Occidente, en el siglo
XIII, el indo-arábigo en base decimal, el sistema de numeración romano se dejó
de emplear.
Las
razones de su afianzamiento responden a su sencillez; 10 cifras (0,1,2,3,4,5,6,7,8,9)
eran suficientes para representar cualquier número. Y ello gracias a su
criterio postural en la representación de los números, criterio que
fundamentalmente consiste en lo siguiente: la posición de un símbolo en un
número indica la cantidad que el símbolo expresa.
Recurriendo
a un ejemplo, diremos que en el número 2222 el 2 que ocupa la segunda posición
por la derecha indica las decenas, el tercero las centenas, el cuarto (que
sería el primero dos de la izquierda) los millares, y así sucesivamente.
En
cambio, los sistemas como el romano, en los que lo símbolos tienen siempre el
mismo valor, independientemente de su colocación, siguen un criterio aditivo;
un símbolo de menor valor que sigue a otro de mayor valor se le suma a éste
último, mientras que, si le precede, se le resta; además, un símbolo no se
puede repetir más de tres veces y en tal caso, los valores se suman.
Cuando
los mercaderes italianos empezaron a llevar sus cuentas empleando el sistema
indo-arábigo de base decimal, muchas Comunas se opusieron e impidieron su
difusión por ley.
Pero
dicho sistema acabó por prevalecer inexorablemente, porque las ventajas que
representaba eran irrenunciables, ventajas que no dependían de que se emplearan
10 cifras, sino del hecho que se pasaba de un sistema de índole aditiva a otro
postural.
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