El
problema del aporte calórico nace precisamente de la ductilidad gastronómica y
nutritiva del plato de pasta, dada la infinidad de variantes en que la pasta se
puede servir en la mesa. Según los distintos hábitos, la pasta puede servir en
la mesa. Según los distintos hábitos, la pasta puede representar sólo una “guarnición”,
como en Francia o en otros países y, por tanto, el correcto complemento nutritivo
de alimentos carentes de glúcidos, como la carne o el queso; o bien, condimentos
particulares, puede convertirse en un equilibrado “plato único”, tal vez en una
comida rápida, más satisfactorio que otros alimentos, incluso desde el punto de
vista nutritivo.

Para
dar una referencia objetiva no sólo a los ancianos, sino a todos aquellos que
han abandonado la pasta con salsa de tomate en la errónea convicción de estar
nutriéndose con un alimento hipercalórico, bastará con recordar que un sándwich
de jamón de York y queso (dos rebanadas de pan de molde, 20 gramos de queso y
20 gramos de jamón) y un zumo de frutas normal suministran el mismo total
energético (330 kcal). Pero, en este caso con una cantidad de grasas
principalmente saturadas que, en cambio, no se encuentran en la pasta. Esta trivial,
pero nada desdeñable observación también se extiende a otros alimentos que, por
tradición, forman parte de platos compuestos, a lo mejor precocinados, o en
cualquier caso ya preparados.
Tampoco
valen los datos abstractos sobre la digestibilidad de la pasta, pero hay que
atenerse al mismo razonamiento hecho a propósito del diferente significado
calórico y nutritivo que puede tener una porción de pasta según la calidad y
cantidad de los condimentos. Más que la pasta, será precisamente el tipo de
condimento lo que condicione el tiempo de vaciamiento gástrico y la acción de
las enzimas necesarias para la digestión en lo referente a las grasas o a las
proteínas “añadidas” a la pasta.
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