El
problema del aporte calórico nace precisamente de la ductilidad gastronómica y
nutritiva del plato de pasta, dada la infinidad de variantes en que la pasta se
puede servir en la mesa. Según los distintos hábitos, la pasta puede servir en
la mesa. Según los distintos hábitos, la pasta puede representar sólo una “guarnición”,
como en Francia o en otros países y, por tanto, el correcto complemento nutritivo
de alimentos carentes de glúcidos, como la carne o el queso; o bien, condimentos
particulares, puede convertirse en un equilibrado “plato único”, tal vez en una
comida rápida, más satisfactorio que otros alimentos, incluso desde el punto de
vista nutritivo.
El
error de valoración más común es considerar la pasta de manera abstracta, es
decir, basándose en las “tablas de composición de los alimentos”, de la misma
manera que se calcula la composición bromatológica de una manzana o de un vaso
de leche. En realidad, nadie come pasta sin condimentarla, por lo que debemos
considerar el “plato de pasta” con todo lo que lo acompaña, que puede, según
los casos, mejorar o empeorar sus equilibrios nutritivos. Por eso la pasta
puede ser aconsejada, con perfecta racionalidad y coherencia, ya sea en una
dieta hipocalórica (como pasa con salsa de tomate y en porciones de restaurante
de lujo), ya sea al contrario en las dietas hipercalóricas (como pasta muy
condimentada). Si calculamos el valor energético de 70 gramos de pasta (240
kcal), condimentados con una sola cucharadita de queso (29 kcal), 5 gramos de
aceite (45 kcal) y 60 gramos de salsa de tomate (16 kcal), se llega a un total
de 330 kilocalorías. El verdadero problema es que las calorías pueden casi duplicarse
cuando la fantasía gastronómica hace de la pasta el pretexto para salsas
especialmente ricas en grasa y en otros ingredientes.
Para
dar una referencia objetiva no sólo a los ancianos, sino a todos aquellos que
han abandonado la pasta con salsa de tomate en la errónea convicción de estar
nutriéndose con un alimento hipercalórico, bastará con recordar que un sándwich
de jamón de York y queso (dos rebanadas de pan de molde, 20 gramos de queso y
20 gramos de jamón) y un zumo de frutas normal suministran el mismo total
energético (330 kcal). Pero, en este caso con una cantidad de grasas
principalmente saturadas que, en cambio, no se encuentran en la pasta. Esta trivial,
pero nada desdeñable observación también se extiende a otros alimentos que, por
tradición, forman parte de platos compuestos, a lo mejor precocinados, o en
cualquier caso ya preparados.
Tampoco
valen los datos abstractos sobre la digestibilidad de la pasta, pero hay que
atenerse al mismo razonamiento hecho a propósito del diferente significado
calórico y nutritivo que puede tener una porción de pasta según la calidad y
cantidad de los condimentos. Más que la pasta, será precisamente el tipo de
condimento lo que condicione el tiempo de vaciamiento gástrico y la acción de
las enzimas necesarias para la digestión en lo referente a las grasas o a las
proteínas “añadidas” a la pasta.
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