En los países más ricos, donde las opciones alimenticias están condicionadas por la competencia publicitaria y los intereses económicos de los productores, se corre el peligro de extinguir incluso productos naturales con los que el hombre ha convivido desde tiempos inmemoriales. Semejante disminución de interés afecta a la familia de las legumbres, de la que forman parte numerosas variedades botánicas (las más comunes son las alubias, la soja, las lentejas, los garbanzos, los guisantes, las habas y los altramuces).
Las
legumbres fueron cultivadas y consumidas desde los tiempos más remotos con una
continuidad histórica que en el caso de las lentejas, los guisantes y la soja
se remonta a más de 5.000 años a.C. Precisamente su riqueza energética y su
alto valor proteínico, que les hacían ser apreciadas en tiempos de pobreza o de
carestía, han convertido hoy a las legumbres (la llamada de “carne de los
pobres”) en un alimento demasiado energético para sedentario crónicos como los
habitantes de las grandes ciudades. Además, el consumo de legumbres secas
plantea casi inevitablemente el inconveniente de una excesiva formación de
gases intestinales. Ello se debe al hecho de que algunos típicos constituyentes
glucídicos de la cáscara de las legumbres son degradados con dificultad por las
enzimas digestivas y acaban por nutrir la flora bacteriana intestinal, que
gustosamente se encargará de fermentarlos produciendo gas. Esa completa
digestión no las hace aconsejables a quien sufra habitualmente de meteorismo
(excesiva presencia de gas en el intestino) o de colitis, a no ser que se
consuman en forma de purés. Y esto tampoco favorece su fama.
Sin
embargo, la moderna dietética ha encontrado nuevos motivos para rehabilitar a
las olvidadas legumbres: su riqueza en fibra alimentaria. Nuestra alimentación
carece de fibra, y esa carencia será mayor en los consumidores de pan muy
blanco, de azúcar y de dulces, por no hablar de los jóvenes que en los
comedores escolares alardean de odiar las verduras. La particular estructura de
las fibras solubles de las legumbres tiene la virtud de ralentizar y de modular
la velocidad de absorción de los hidratos de carbono, en los que todas las
legumbres son muy ricas. Esto quiere decir que la glucosa derivada de la
digestión de las legumbres pasará a la sangre de forma más gradual, sin
provocar subidas demasiado bruscas de la glucemia, lo que, sin duda, es de gran
importancia para los diabéticos y aconsejable para todos.
Además,
la investigación científica ha demostrado que todas las legumbres tienen una
cierta capacidad de bajar el nivel de colesterolemia, ya sea obstaculizando la
absorción intestinal del colesterol, ya sea a través de otros mecanismos
conocidos sólo en parte.
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