Llegó a casa muy cansada y
con un dolor de cabeza profundo que la martilleaba la cabeza. Se tomó dos
aspirinas con una pizca de agua, y suplicó a la nada para que le hicieran
efecto rápidamente.
Empezó a elegir la ropa que
se iba a poner aquella noche. Había quedado a cenar con Julio, su apuesto
excompañero de trabajo. Julio tenía 10 años más que ella, estaba divorciado
hacía más de dos décadas y en su día fue su profesor, mentor y mejor amigo.
Mientras rebuscaba entre
vestidos, pantalones, camisas y faldas recordó cómo le conoció, cuando
consiguió pasar las pruebas para ayudante de forense de la policía nacional,
después de haber estudiado cuatro años para ello y de prepararse físicamente,
logró lo que hacía tanto que deseaba.
Fueron cuatro años en los
que no tuvo apenas contacto con nadie, deseaba conseguir sacar las oposiciones
más que nada en el mundo y para ello se enclaustró en casa de su tía, y solo
salía para ir al preparador físico. Estudiaba más de 13 horas al día y no se
permitía ni descansar los domingos. Fue cuando se dio cuenta que su tía era un
incordio, siempre llorando y suplicando que saliera, que se divirtiera un poco,
que comiera más, que no podía seguir así o enfermaría, encima la dio por
invitar a casa a cualquier bicho viviente que fuera varón y soltero, intentando
que conociera a un hombre para casarse.
Cuando su tía se escurrió
en el suelo mojado del baño y se cayó rompiéndose la cabeza con el bordillo del
lavabo, sintió muchísima pena, pero en el fondo se sintió aliviada de la
presión a la que la sometía. Se permitió
dos días de luto en la que recibió a los amigos de su tía que trataban en
consolarla y luego siguió con su ritmo de estudio que tanto la hacía sentir
segura.
Por supuesto consiguió
aprobar a la primera y con la nota más alta, así que pudo elegir destino.
Estuvo tentada en alejarse e irse a Galicia, pero era la única visita que
recibía su padre y hasta que este falleciera decidió quedarse en Madrid.
El primer día en ese
edificio mitad moderno y mitad antiguo pero terriblemente sobrio, su jefe
directo la presentó a todo el equipo forense con los que debería de trabajar y
sobre todo aprender. Como en casi todas las profesiones hasta que no te encuentras
con la realidad de lo que vas a dedicarte, no sabes ni la mitad de la media, la
experiencia siempre será un grado.
Por supuesto todo el equipo
era varonil, solo había una mujer ya mayor y a punto de jubilarse que era la
secretaria del departamento, así que tuvo que brear con altos índices de
testosterona y alguna que otra mano larga que cortaba por lo sano y que la
valió el apelativo de “la borde”. Era un mundo de hombres y tuvo que encontrar
su lugar a costa de mucho trabajo, malas contestaciones y evitar parecer
femenina.
Estaba segura que muchos de
ellos la odiaban pero realmente era envidia, pues a pesar de su juventud en
poco tiempo destacó por sus capacidades.
Julio sin embargo siempre
la trató bien, se hizo cargo de su formación y siempre la respetó. Cada día la
saludaba con un “niña tu vales mucho” y la enseñó todo lo que sabía, hasta que
un día haciendo una profunda reverencia la dijo que ya no podía enseñarla más,
pues ella le superaba con creces por su intuición y ese sexto sentido que la
caracterizaba.
A ella solo le importaba su
trabajo, no solo por medrar sino para ser la mejor en su campo, y consiguió
varias medallas honorificas y el respeto de sus superiores.
Llegó al restaurante antes
de la hora, como siempre la horrorizaba llegar tarde y por ello siempre llegaba
demasiado pronto. Se sentó en la barra y pidió una cerveza sin alcohol, poco a
poco su dolor de cabeza había remitido considerablemente y solo le quedaba ese
poso que ella comparaba como el dolor de las agujetas y un cansancio profundo
que siempre la hacía dormir durante horas con un sueño poco reparador lleno de
pesadillas. Pero había quedado con Julio y tuvo que sacar fuerzas y llegar a la
cita.
Julio como siempre,
apareció con media hora de retraso, esa costumbre siempre la había cabreado,
pero con el tiempo se acostumbró pues era una característica de Julio, nunca
llegaba bien a las citas, ni siquiera llegaba puntual al trabajo.
Como era costumbre, la
saludo con un beso en cada mejilla y un “niña tu vales mucho”. Le encontró más
gordo y más viejo, pensó si a él ella le había parecido lo mismo.
Hablaron de las anécdotas que
siempre recordaban, se rieron un rato largo mientras degustaban la excelente
comida que siempre hacían en ese restaurante y con el café se pusieron más
serios y se preguntaron por su vida actual.
Él después de su jubilación
se había ido a vivir a Alicante a un pequeño apartamento enfrente de la playa
que tanto quería, pero la confesó que se aburría un poco y que echaba de menos
su antigua vida profesional. Preguntó por su padre y luego de estar en silencio
algunos minutos le pregunto por su vida sentimental, y como se seguía sintiendo
después de la muerte de Arturo.
Arturo fue un compañero de
la brigada con el que ella había tenido una relación tórrida durante dos años.
Pero como siempre la sucedía, se cansó de él y quiso terminar con esa relación
que cada día la exigía más. Arturo la rogó que no le dejara, incluso la
prometió que nunca más la solicitaría que se fueran a vivir juntos, pero ella
ya había tomado una decisión y fue fiel a ella. Después de estar un mes
soportando las continuas llamadas y los mensajes de él a todas horas, Arturo
decidió poner fin a su vida tirándose por el balcón del piso en el que vivía.
Todos en la brigada entendió
el motivo del suicidio, a pesar de que nunca dejó ningún mensaje indicándolo y se
consternaron primero y luego se preocuparon por ella. Ella se sintió culpable
durante un tiempo, pero al final decidió que Arturo era una persona débil y se
alegró de haber tomado la decisión de dejarle ir.
Ella le dijo que ya apenas
se acordaba de Arturo y Julio le volvió a insistir en que debería de ir a un psicólogo
pues siempre había opinado que ella se resistía a tener una relación
sentimental a causa de su pasado y del matrimonio de sus padres.
A ella le comenzó a doler
nuevamente la cabeza y le suplicó que cambiaran de tema. De pronto empezó a
sentir náuseas y a sentirse molesta por estar allí, así que sutilmente empezó a
cerrar la conversación centrándolo en la próxima vez que se verían.
Luego de pagar la cuenta,
se despidieron en la puerta del restaurante, deseándose lo mejor.
CONTINUARA.