El alcohol, mejor con moderación

A pesar de que el vino y la cerveza hayan estado presentes en la alimentación del hombre desde tiempos inmemoriales, es necesario saber limitar su consumo, y con el paso de los años también es preciso reducir las dosis. Sobre todo, hay que ser prudentes con las bebidas con elevada graduación alcohólica, ya que es muy fácil, en especial en los ancianos y en las mujeres, pasar de la dosis aceptable a la tóxica.

                                              

El alcohol etílico o etanol es el principal constituyente de las bebidas alcohólicas, y tiene un notable poder energético (7 kcal/gr). El principal problema es que el etanol es un nutriente anómalo: nunca es “necesario”, y cuando se ingiere en dosis que superan la capacidad metabólica del hígado provoca una serie creciente de problemas. El hígado es el órgano que tiene la prioridad, y podemos decir que la exclusiva, en la degradación del etanol, que es metabolizado con relativa lentitud. Como media, se necesitan un par de horas para normalizar la alcoholemia producida por un vaso de vino de 150 mililitros, equivalentes a unos 13-14 gramos de alcohol (dado que la graduación alcohólica habitual de 11º-12º, citada en la etiqueta, se expresa en volumen y no en gramos.

En cualquier caso, quien goce de buena salud y no tenga problemas de sobrepeso puede concederse en las comidas el placer de una bebida de baja graduación alcohólica y, en ocasiones, incluso de alta graduación (mejor como digestivo que con e estómago vacío). Sin embargo, una buena regla adoptada también por los especialistas en medicina deportiva es que las calorías procedentes del alcohol no representen más del 7-10% de las calorías totales de la jornada, es decir, el equivalente diario de un cuartillo de vino (175-190 kcal) para quien, como los ancianos no consuma más de 1.800-2.000 kcal.

En los últimos años se han publicado diversos estudios sobre posibles efectos benéficos del vino, en particular del vino tinto, más rico en antioxidantes que el vino blanco o la cerveza. Pero, aun reconociendo el peso de los presupuestos científicos, todavía no disponemos de certezas que permitan aconsejar un consumo superior a ese vaso de vino que, aunque sea en nombre de la tradición mediterránea, se puede uno conceder cuando no existan problemas hepáticos u otras razones de orden patológico.


Para no ser acusado por las ligas antialcohólicas de incitar al alcoholismo, me escudaré en una cita textual del Instituto Nacional de Nutrición italiano: “En conclusión, consumir bebidas alcohólicas con moderación puede seguir siendo un placer sin causa daños y, es más, puede producir en el caso del vino y de la cerveza, algún efecto beneficioso.

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