La
evolución de una sociedad industrial a una de información, del trabajo físico
al mental como actividad predominante del trabajador y el surgimiento de una
economía global caracterizada por el cambio rápido, por acelerados adelantos
científicos y tecnológicos y por un nivel de competitividad sin precedentes,
crean demandas de niveles más elevados de educación y capacitación que los que
se exigían a las generaciones anteriores.
Todas las personas que tienen
relación con la cultura empresarial lo saben. Pero lo que no se comprende con
la misma facilidad es que estos avances crean también nuevas demandas a
nuestros recursos psicológicos.
Estos
desarrollos exigen específicamente una mayor capacidad de innovación,
autonomía, responsabilidad personal e independencia. Esto no se exige sólo “arriba”
sino en todos los niveles de una empresa, desde la gerencia hasta los encargados
y aun los operativos.
Una
empresa moderna ya no pueden dirigirla algunas personas que piensan y muchas personas
que hacen lo que se les indica (el modelo tradicional de orden y control
militar). Hoy las organizaciones necesitan no sólo un nivel extraordinariamente
elevado de conocimientos y aptitudes en todas las personas que participan, sino
también de autonomía personal, confianza en sí mismo y la capacidad de tener
iniciativa; en una palabra, autoestima.
Esto significa que en la actualidad se
necesita, por motivos económicos, un gran número de personas con un nivel
moderado de autoestima. Históricamente
éste es un fenómeno nuevo.
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