CAPITULO V - EL PASADO

Llegó a casa muy cansada y con un dolor de cabeza profundo que la martilleaba la cabeza. Se tomó dos aspirinas con una pizca de agua, y suplicó a la nada para que le hicieran efecto rápidamente.

Empezó a elegir la ropa que se iba a poner aquella noche. Había quedado a cenar con Julio, su apuesto excompañero de trabajo. Julio tenía 10 años más que ella, estaba divorciado hacía más de dos décadas y en su día fue su profesor, mentor y mejor amigo.

Mientras rebuscaba entre vestidos, pantalones, camisas y faldas recordó cómo le conoció, cuando consiguió pasar las pruebas para ayudante de forense de la policía nacional, después de haber estudiado cuatro años para ello y de prepararse físicamente, logró lo que hacía tanto que deseaba.

Fueron cuatro años en los que no tuvo apenas contacto con nadie, deseaba conseguir sacar las oposiciones más que nada en el mundo y para ello se enclaustró en casa de su tía, y solo salía para ir al preparador físico. Estudiaba más de 13 horas al día y no se permitía ni descansar los domingos. Fue cuando se dio cuenta que su tía era un incordio, siempre llorando y suplicando que saliera, que se divirtiera un poco, que comiera más, que no podía seguir así o enfermaría, encima la dio por invitar a casa a cualquier bicho viviente que fuera varón y soltero, intentando que conociera a un hombre para casarse.

Cuando su tía se escurrió en el suelo mojado del baño y se cayó  rompiéndose la cabeza con el bordillo del lavabo, sintió muchísima pena, pero en el fondo se sintió aliviada de la presión a la que la sometía.  Se permitió dos días de luto en la que recibió a los amigos de su tía que trataban en consolarla y luego siguió con su ritmo de estudio que tanto la hacía sentir segura.  

Por supuesto consiguió aprobar a la primera y con la nota más alta, así que pudo elegir destino. Estuvo tentada en alejarse e irse a Galicia, pero era la única visita que recibía su padre y hasta que este falleciera decidió quedarse en Madrid.

El primer día en ese edificio mitad moderno y mitad antiguo pero terriblemente sobrio, su jefe directo la presentó a todo el equipo forense con los que debería de trabajar y sobre todo aprender. Como en casi todas las profesiones hasta que no te encuentras con la realidad de lo que vas a dedicarte, no sabes ni la mitad de la media, la experiencia siempre será un grado.

Por supuesto todo el equipo era varonil, solo había una mujer ya mayor y a punto de jubilarse que era la secretaria del departamento, así que tuvo que brear con altos índices de testosterona y alguna que otra mano larga que cortaba por lo sano y que la valió el apelativo de “la borde”. Era un mundo de hombres y tuvo que encontrar su lugar a costa de mucho trabajo, malas contestaciones y evitar parecer femenina.

Estaba segura que muchos de ellos la odiaban pero realmente era envidia, pues a pesar de su juventud en poco tiempo destacó por sus capacidades.

Julio sin embargo siempre la trató bien, se hizo cargo de su formación y siempre la respetó. Cada día la saludaba con un “niña tu vales mucho” y la enseñó todo lo que sabía, hasta que un día haciendo una profunda reverencia la dijo que ya no podía enseñarla más, pues ella le superaba con creces por su intuición y ese sexto sentido que la caracterizaba.

A ella solo le importaba su trabajo, no solo por medrar sino para ser la mejor en su campo, y consiguió varias medallas honorificas y el respeto de sus superiores.

Llegó al restaurante antes de la hora, como siempre la horrorizaba llegar tarde y por ello siempre llegaba demasiado pronto. Se sentó en la barra y pidió una cerveza sin alcohol, poco a poco su dolor de cabeza había remitido considerablemente y solo le quedaba ese poso que ella comparaba como el dolor de las agujetas y un cansancio profundo que siempre la hacía dormir durante horas con un sueño poco reparador lleno de pesadillas. Pero había quedado con Julio y tuvo que sacar fuerzas y llegar a la cita.

Julio como siempre, apareció con media hora de retraso, esa costumbre siempre la había cabreado, pero con el tiempo se acostumbró pues era una característica de Julio, nunca llegaba bien a las citas, ni siquiera llegaba puntual al trabajo.

Como era costumbre, la saludo con un beso en cada mejilla y un “niña tu vales mucho”. Le encontró más gordo y más viejo, pensó si a él ella le había parecido lo mismo.

Hablaron de las anécdotas que siempre recordaban, se rieron un rato largo mientras degustaban la excelente comida que siempre hacían en ese restaurante y con el café se pusieron más serios y se preguntaron por su vida actual.

Él después de su jubilación se había ido a vivir a Alicante a un pequeño apartamento enfrente de la playa que tanto quería, pero la confesó que se aburría un poco y que echaba de menos su antigua vida profesional. Preguntó por su padre y luego de estar en silencio algunos minutos le pregunto por su vida sentimental, y como se seguía sintiendo después de la muerte de Arturo.

Arturo fue un compañero de la brigada con el que ella había tenido una relación tórrida durante dos años. Pero como siempre la sucedía, se cansó de él y quiso terminar con esa relación que cada día la exigía más. Arturo la rogó que no le dejara, incluso la prometió que nunca más la solicitaría que se fueran a vivir juntos, pero ella ya había tomado una decisión y fue fiel a ella. Después de estar un mes soportando las continuas llamadas y los mensajes de él a todas horas, Arturo decidió poner fin a su vida tirándose por el balcón del piso en el que vivía.

Todos en la brigada entendió el motivo del suicidio, a pesar de que nunca dejó ningún mensaje indicándolo y se consternaron primero y luego se preocuparon por ella. Ella se sintió culpable durante un tiempo, pero al final decidió que Arturo era una persona débil y se alegró de haber tomado la decisión de dejarle ir.

Ella le dijo que ya apenas se acordaba de Arturo y Julio le volvió a insistir en que debería de ir a un psicólogo pues siempre había opinado que ella se resistía a tener una relación sentimental a causa de su pasado y del matrimonio de sus padres.

A ella le comenzó a doler nuevamente la cabeza y le suplicó que cambiaran de tema. De pronto empezó a sentir náuseas y a sentirse molesta por estar allí, así que sutilmente empezó a cerrar la conversación centrándolo en la próxima vez que se verían.

Luego de pagar la cuenta, se despidieron en la puerta del restaurante, deseándose lo mejor.


CONTINUARA.

CAPITULO IV. SIN CONTROL

Bajaba en el ascensor cuando se paró en el cuarto piso, era ella. Se saludaron cortésmente con un “buenos días” y ella le mostró su extraordinaria sonrisa. Se preguntó que podría decirla para entablar conversación, pero no le dio tiempo y llegaron al bajo, el con mucha educación le abrió la puerta del ascensor y la dejó pasar primero, ella le dio las gracias y siguió andando hasta el portal, tuvo casi que correr para llegar antes que ella y abrir la puerta para que ella pasase antes, volvió a darle las gracias y se fue con su paso firme y su bolsa de deporte.

Eran vecinos desde hacía más de 24 años. En los primeros años casi no la veía, solo en ocasiones cuando ella volvía de trabajar ya adentrada la tarde o algún fin de semana que se encontraban en el portal entrando o saliendo. Ella siempre le pareció enigmática, guapa, elegante, sumamente apetecible, pero siempre que pensaba en ello, su cara enrojecía rápidamente al recordar que estaba casado y tenía dos hijos. Nunca se había permitido pensar en ella, pero últimamente la veía más, en una ocasión se encontraron en el ascensor o en el portal unas 5 veces en el mismo día, el la comentó “no nos vemos en muchos meses y sin embargo hoy nos vemos constantemente”, ella se rio y le dijo que tenía razón.

Con el tiempo cada vez que la veía su corazón se aceleraba más, no podía evitarlo y siempre la miraba a los ojos, a esos ojos verdes gatunos que tanto le gustaban, sin conseguir que ella le correspondiera más de un segundo. Cuando la veía estando con su mujer, se sentía azorado, e intentaba disimular su cambio de ritmo cardiaco. Hasta en una ocasión que iba a pasear con la perrita de su hijo mayor y se la encontró en el portal, ella le hizo una carantoña a la perra y él la contó con mucha rapidez que estaba malita y lo que había tenido que hacer el veterinario para que su calidad de vida mejorara, ella le escuchó sin interrumpirle y solo exclamó “¡Oh pobrecita, espero que se mejore!”. Luego se sintió como un tonto, y estaba seguro que ella pensaba lo mismo de él.

Parecía mentira tenía 62 años y se comportaba como un chaval de 15, pero no podía remediarlo. ¿Cuántos años tendría ella?, creía que andaría también por los 60 si contaba con los años que habían vivido en ese bloque de pisos. Él estaba prejubilado del banco donde había trabajado toda su vida desde que entró de botones. Él no sabía dónde había trabajado ella, pero pensaba que por el atuendo que llevaba y su cartera de portátil debía de hacerlo en una oficina. Ella debía de estar también prejubilada o algo parecido pues estaba claro que ya no tenía las mismas costumbres ni horarios de antes.

Sabía cómo se llamaba ella pues en una ocasión lo miró en el buzón de correos, cosas de la vida, se llamaba como su mujer. Y eso le hizo pensar en ella, su mujer desde hacía ya una eternidad, una mujer normal que nunca había sido guapa, aunque tampoco fea. La conoció en el pueblo de ella cuando con unos amigos fue a las fiestas patronales, él era amigo de un primo de ella y a partir de entonces y nunca supo cómo, ella empezó a aparecer con su primo que a la vez empezó a salir con una amiga de ella. Le pareció una persona sencilla, amable y cariñosa y con el tiempo se hicieron novios y se casaron.

Pero nunca había sentido por ella grandes pasiones, su amor era tranquilo y apacible, ella era buena ama de casa y le dio dos hijos varones que colmaron su felicidad tranquila y sin sobresaltos, él siempre había sido así, nunca tuvo grandes aspiraciones y se conformó con lo que la vida le iba dando, así que el tiempo pasó, los hijos se hicieron grandes y se marcharon del hogar y fue entonces cuando se dio cuenta lo vacía que había sido su vida, lo envejecida que veía a su mujer y sin embargo él se sentía lleno de vida y echó de menos otras vivencias, otras pasiones, aquellas cosas que siendo joven no le llamó la atención pero que ahora parecía que necesitaba y ahí era donde entraba su vecina.

Así que los sentimientos le iban y le venían cada vez que la veía; en ocasiones pensaba que la odiaba, simplemente por estar ahí, por existir, por hacerle sentir deseos que nunca debía de sentir, y en otras ocasiones sentía que la amaba profundamente, sin apenas conocerla.

Así que dejaba pasar el tiempo sin poder hacer nada para remediar la situación, ¡si por lo menos ella mostrase que también tenía algún tipo de sentimiento hacia el!, la cosa puede que cambiase, lo peor de todo era pensar que para ella el pasaba inadvertido, que no era nada ni nadie para ella y eso le descomponía. Así que en ocasiones rezaba para no encontrársela ni verla, no saber nada de ella y en otras rogaba poderla ver, aunque fuera solo por unos minutos y que ella le saludara con esa voz angelical y le mirase con esos ojos maravillosos que le cautivaban.

Empezó a cuidarse más, se dejó una fina y arreglada barba, siempre que salía a la calle lo hacía bien peinado y arreglado, solo y exclusivamente por si se encontraba con ella por unos cortos, pero maravillosos minutos.

 Continuará




CAPITULO III. LA VISITA

Tuvo suerte y pudo aparcar cerca de la residencia. El edificio principal de estilo sencillo de ladrillo rojo estaba rodeado de una gran explanada de césped y una fuente donde varios bancos albergaban a ancianos y sus acompañantes. No le gustaba ir allí, se sentía como en otro mundo, un mundo de viejos seniles y enfermedades causadas por la avanzada edad, siempre pensó que pasase lo que pasase ella nunca estaría en un lugar como ese, antes pondría solución definitiva para ello.

Abrió la cancela y caminó por el sendero de piedra que llegaba hasta la puerta principal, todos los que estaban en el jardín la miraban curiosos, las visitas siempre eran una novedad a tener en cuenta, sobre todo de diario. Los fines de semana o los días festivos solían ir de visita los familiares y solían llenar todo el jardín entre conversaciones a gritos ya que algunos de los residentes no andaban bien del oído, y los chillidos de los niños que jugaban entre ellos pasando totalmente del deprimente lugar.

Entró y se dirigió a la recepción, para anunciarse, en esos momentos no había nadie en el mostrador y tuvo que esperar un rato, así que observo las paredes ya ajadas que necesitaban de una severa restauración y que en su día fueron de color beige. Se dio cuenta que en ningún sitio de la residencia había un espejo, supuso que era totalmente adrede, ¿para qué querían los ancianos verse en ellos? Una escalera a un lado y un ascensor vetusto pero muy amplio para que entraran sillas de ruedas y camillas, eran toda la decoración. Al rato, de la puerta que estaba detrás del mostrador apareció la enfermera encargada de la recepción que le mostró una amplia sonrisa, ya la conocía de otras veces se llamaba Paula y sin mediar palabra descolgó el teléfono que estaba en el mostrador y comentó que la hija de Luis Arrieta había llegado ya. Cuando colgó, la dijo que la siguiera; en el recorrido que había desde la entrada hasta el salón donde estaba su padre, la enfermera la dio el parte diario, al parecer había pasado buena noche y todo iba en normal desarrollo.

Cuando llegaron al salón, la enfermera abrió la puerta y la dejó pasar, cerrando después tras ella. Miró el gran salón donde se encontraba el único televisor que había para los residentes. Esta predominaba la estancia y alrededor de él había distintos sillones repletos de ancianos mirando la pantalla, junto a algunos en silla de ruedas. También había algunas mesas donde algunos jugaban en silencio a las cartas, como autómatas. Vio que su padre estaba en su silla cerca de la gran ventana, siempre le colocaban allí ya que no hablaba y pensaban que tampoco se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor, pero ella pensaba que sí que se daba cuenta, lo intuía por la forma de mirarla con esos ojos llorosos que se abrían mucho cuando ella le tocaba la mano o le daba un beso.

Allí tuvo que ingresar a su padre hacía ya unos cuantos años, desde que se calló en la cocina mientras preparaba la cena y se dio en la cabeza con esquina de la mesa. Ella por aquel entonces estaba pasando unos días de permiso en su casa y pudo ver el incidente y llamar a los servicios de urgencia que, a pesar de llegar en pocos minutos, solo pudieron reanimarlo, pero a partir de ese día su padre se sumió en un profundo silencio y a ser un ser inmóvil para siempre. Al parecer el golpe le causó una hemorragia interna en el cerebro que hizo que su cuerpo solo le sirviera de cárcel, sin que nada ni nadie pudiera remediarlo.

Una vez que le diera el beso correspondiente, acercó una silla a la que ocupaba su padre y como siempre empezó a contarle cosas de su vida cotidiana, por hablar de algo parloteaba sin cesar contándole cosas intrascendentes. En un momento determinado y cansada de escucharse a sí misma, miró a su padre a los ojos y apretándole una de las manos que caía inerte sobre su pierna, le susurró: “seguro que me entiendes ¿verdad?, estoy segura que lo entiendes todo, es una pena que nadie sepa que tu cerebro funciona perfectamente, aunque no te puedas mover, ¡me das lástima, estás tan solo!”. Luego sonriendo miró a su alrededor comprobando que nadie la estaba escuchando. Se levantó de la silla, la colocó en su sitio, le dio un beso a su padre en la frente y se marchó de allí, antes de que se apoderase de ella el asco que sentía hasta la arcada, el olor que despedía ese sitio, olor a rancio, a expiración, a derrota y a muerte.  

Salió de allí casi corriendo, entró en el coche y se dio cuenta que estaba ligeramente mareada y que sudaba profusamente. Entonces le vino a la memoria otra de las ocasiones que se sintió así, fue cuando bajaba las escaleras del colegio con su amiga Lucia. 

En ocasiones se retaban para hacer cosas un tanto prohibidas, el colegio era muy aburrido y había pocas cosas que hacer que no fuera las actividades escolares y extraescolares, los deportes como el baloncesto o el tenis y la lectura en su gran biblioteca. Pero aparte de eso no había nunca nada emocionante, así que aquel día la retó a Lucia a subirse al pasamanos de la escalera y andar haciendo equilibrios por allí como en otras ocasiones. A esas horas todo el mundo estaba en clase, menos ellas que habían pedido permiso para ir al servicio, por lo que no había nadie en los pasillos. Ella empezó a sentirse mareada y a transpirar copiosamente y empezó a verlo todo como a través de una niebla muy densa, así es como pudo ver como Lucia daba un traspiés y se caía por el hueco de las escaleras seis pisos más abajo.

Continuará...



CAPITULO II . UN PASADO



Llegó a casa y se duchó rápidamente, las horas de visita eran muy estrictas y si llegaba tarde no podría ver a su padre.

Cuando estaba entrando en el garaje se cruzó con ese vecino que siempre era tan atento, le sonrió y el la cedió el paso educadamente inclinando levemente su cabeza, se preguntó si ese hombre era así con todo el mundo, o con ella tenía un trato especial.

Conducir siempre le había servido para concentrarse y pensar, en ocasiones llegaba a los sitios sin recordar nada del trayecto, a veces pensaba que debía ser un peligro en la carretera.

Siempre que iba a visitar a su padre, se acordaba de su madre cuando ella era pequeña. La recordaba delgada y triste, pocas veces sonreía. Le vino a la memoria cuando volvía del colegio y a su madre recogiendo las cosas que había en la mesa del comedor para que pudiera hacer sus deberes y preparándola su cola cao con gallegas maría fontaneda.

Pero también recordaba cuando a su madre le daba un ataque de migraña y no salía de la habitación, su padre le había dicho que cuando estuviera así no la molestara y entonces ella se preparaba el cola cao con leche fría y las galletas, por aquel entonces no había microondas y la leche había que calentarla en un cazo, pero la tenían prohibido tocar el fuego.

Recordaba también a su madre en el balcón, cosiendo a punto de cruz, haciendo ganchillo o punto, bañada por el sol de la tarde y escuchando los seriales de la radio.

Había temporadas que su padre la llevaba de la mano hasta la casa de su tía Rufina, la hermana soltera de su madre y allí pasaba unos días. Eso ocurría cuando las migrañas de su madre se acentuaban y no podía cuidar de ella.

La casa de su tía estaba cerca también del cole así que seguía yendo sin falta, la encantaba el colegio y la encantaba la casa de su tía, pues era un dúplex con jardín trasero donde habían plantado parras y una higuera inmensa destacaba del resto de la desordenada vegetación. Su tía hacía mermelada de higo y ella nunca había probado algo tan rico.

Además, su tía tenía un pastor alemán que cuidaba de todos en esa casa y a ella le encantaba jugar con él. Todos decían que había pertenecido a un Guardia Civil y que se lo había dado a su tía al ser destinado a otra provincia, y que el perro era un poco peligroso, no es que fuera agresivo, pero cuidaba la casa y a sus moradores estrictamente y no le gustaban las visitas ni el cartero que en varias ocasiones le había dado algún susto.

Cuando llegó a la edad de hacer el bachillerato superior, la hicieron ver que lo mejor para ella, viendo que su madre empeoraba por momentos, era ir a un colegio interna solo para chicas, de Segovia, y a pesar de sus ruegos y lloros para que no la llevaran, así se hizo y empezó el primer curso de bachillerato en un colegio inglés y viviendo en una habitación compartida con otra niña que con el tiempo llegó a ser su mejor amiga, lástima que esta falleciera en un trágico accidente fortuito. 

Pensó, por aquel entonces que toda la culpa era de su madre. Su tía y su padre la visitaban cuando podían, pero su madre nunca fue, ya que al parecer la fuerte medicación la hacía estar en cama mucho tiempo.

En una ocasión se presentó su tía dándole la noticia que su padre había tenido un accidente doméstico y que estaba hospitalizado por lo que no podía visitarla por algún tiempo, ella se preocupó y pidió ver a su padre, pero la tía le dijo que no era tan grabe el percance y que mejor siguiera con su rutina, que en cuando su padre estuviera mejor la visitaría. Pasó un mes sin ver a su padre, pero nunca le contó que es lo que le pasó realmente.

Una vez terminado el bachillerato en la rama de ciencias y gracias a sus buenas notas entró en la universidad a estudiar criminología, le apasionaba la química forense, la fascinaba conocer cuales elementos químicos podían matar a una persona sin dejar rastro y estaba obsesionada como idear un crimen perfecto. Estaba segura que multitud de muertes naturales eran a consecuencia de un crimen perfecto.

Un día que volvía de la Universidad encontró a su tía llorando, al preguntarla que la pasaba esta le contó que su madre había fallecido. Por aquel entonces su madre estaba ingresada en un hospital de reposo, o así era como lo llamaba su padre. 

Gracias a su muerte ella se enteró de toda la verdad, ya nadie se lo pudo ocultar. Su madre padecía esquizofrenia desde muy jovencita, pero se lo descubrieron nada más casarse, cuando intentó clavar a su padre un cuchillo. Se enteró que el accidente de su padre no fue tal, sino que la madre intentó quemarle mientras dormía. Gracias a la rapidez de reacción de su padre la casa no se incendió, su madre no tuvo más que unas leves quemaduras, llevándose él la peor parte al quemarse un brazo y una pierna. Así que tuvieron que ingresarla en aquel hospital psiquiátrico.

Todo esto la dejó muy afectada, de un plumazo habían cambiado su pasado, todo lo que ella creía haber vivido era mentira, la habían engañado y ella se había inventado una historia muy diferente de la real, había sido apartada de una verdad que, de haberla sabido, su vida hubiera sido otra.   

CONTINUARÁ...


CAPITULO I - EL CONTROL

Se despertó demasiado pronto, como tenía costumbre, miró el reloj y se tiró de la cama sin pensárselo más. Había sido así desde siempre y hay costumbres que nunca había cambiado porque los consideraba como parte de su carácter, su lógica y forma de ser, lo que la definía y le daba sensación de control.

Era una maniática del orden, que todo estuviera en su sitio, el que le correspondía, y eso que hacía algunos años que había aflojado un poco y ahora permitía cierto desorden en su vida, como muchas otras cosas era por su experiencia que le había permitido saber que nada es perfecto.

Había buscado toda la vida la perfección en ella, necesitaba pensar que todo lo hacía bien, lo pensaba todo al milímetro para ello, no se permitía errores y cuando los cometía se odiaba por ello. Alguien le dijo un día que eso era porque sus padres la inculcaron valores muy poderosos, así como límites y formas de estar, la indujeron a que todo debería de hacerlo “como dios manda”, y sin embargo nunca le habían enseñado a parar en la búsqueda constante del perfeccionismo.

Lo primero que hacía siempre era encender el móvil, no sabía muy bien el por qué ya que no era muy habitual que la escribieran o la llamaran a esas horas, pero pudiera ser que siempre esperara una sorpresa, y sin embargo no le gustaban las sorpresas.

Luego encendía el ordenador y miraba su correo, su cuenta del banco y anotaba pulcramente en un Excel los gastos y los ingresos, (nuevamente el control), y después desayunaba en la cocina, que desde que era primavera estaba ya a esas horas, inundada por el sol que tanto la gustaba. Luego revisaba la lista de las cosas que tenía que hacer ese día, lista que había hecho con antelación, para no dejar nada al albedrío.

Se sentía ese día muy vulnerable, sensación que la ponía muy triste. Últimamente se sentía así muy a menudo, pensaba que eran las hormonas o la falta de estas, pero no podía remediarlo. Las mujeres siempre bajo el yugo de las hormonas, sin poder evitarlo ni que nadie pusiera remedio en ello.

Se vistió con la ropa que el día anterior había preparado, cogió la bolsa de deporte y salió de casa para dirigirse al gim.

El gimnasio no la gustaba en absoluto, además a esas horas se llenaba de mujeres que acababan de dejar a sus niños en el colegio y cotorreaban las unas con las otras con el rollo de siempre de colegios, niños, maridos y limpieza de casa. Ella solo las sonreía e intentaba enfrascarse en sus pensamientos, aunque pocas veces lo conseguía. Intentó concentrarse en la música de su mp3 y en hacer correctamente los ejercicios que cada máquina requería, máquinas que estaban hechas para que doliese alguna parte del cuerpo.  Una de las encargadas se acercó a ella para indicarla que el siguiente sábado iban a realizar una cena y que, si en esta ocasión quería apuntarse, puso una excusa ya estudiada anteriormente, y rehusó la invitación.

Siempre le había constado hacer amigos, la gran mayoría de ellos, además, los había dejado por el camino, pues siempre se cansaba también de ellos. Así que solo la quedaban unos pocos, con los que de vez en cuando quedaba para comer, cenar o tomar café, algo que cada día le costaba más hacer.

Estaba sola, muy sola, su poca familia más cercana había ido muriendo poco a poco y ella decidió ya hacía años que no le apetecía nada casarse, se había entregado a su trabajo siempre, trabajo que la hacía sentir útil y satisfecha y se sabía mirada con recelo por sus compañeras ya casadas, ya que por lo general según iba pasando el tiempo nadie entendía que no estuviera viviendo con un hombre o que no siquiera tuviera novio.

Por supuesto había salido con unos cuantos hombres, y pensaba que había estado enamorada de alguno de ellos, pero no lo suficiente y al final siempre se aburría de ellos o se cansaba de que quisieran llevar las riendas de la relación y considerarla inferior a ellos. Excepto en aquella ocasión.  

La verdad es que la época en la que había nacido era así, una sociedad machista en la que los hombres siempre imperaban y las mujeres obedecían. Así había sido con muchas amigas suyas, que a pesar de haberla contado ese defecto de sus novios al final se habían casado con ellos, los seguían aguantando como podían, o terminaban divorciándose.

Y luego por supuesto, todas habían sido madres, cosa que ella no pensaba que pudiera estar preparada. Incluso en un momento determinado creyó que debía tener un bebé, pero luego se dio cuenta que solo era por hacer lo que la gente hacía y por no sentirse aislada en un mundo que nadie entendía.


Le gustaban los niños, pero veía muy complicado eso de educarlos sin cometer los errores que todos cometen y que por un motivo u otro los hacían desgraciados para toda su vida. Las madres tienen la culpa de todo ¿no es así?, ella misma echaba la culpa a su madre de todas sus penurias. Nunca se había llevado bien con ella, siempre pensó que era una mujer frágil que dependía de su marido para todo. Extraordinaria como ama de casa, pero nada más. La ponía nerviosa cuando la veía llorar con los seriales de la radio, o con los dramas de las películas y siempre la subestimó.  Su madre había recibido muy poco cariño en su infancia y en consecuencia tampoco fue cariñosa con su hija y entre ellas siempre hubo un abismo enorme.

Continuará....

LAS PELICULAS DE MI VIDA

Soy cinéfila hasta los poros, no puedo evitarlo, a pesar de que ya las televisiones son muy grandes y puedes ver las películas en diferentes sistemas en ellos, con toda la comodidad que te da el sillón de tu salón o tu cama, a pesar de que son muchas gratuitas, pues se bajan gracias a internet a un pendrive que se enchufa a la tele y se ve en casi pantalla panorámica, a pesar de que puedes verlas todas las veces que quieras… me gusta ir al cine.

Creo que tenía 12 años cuando fui por primera vez al cine sin mis padres. La sala estaba cerca de casa, el cine se llamaba Lus y era un cine de barrio donde ponían películas antiguas. Por aquel entonces solo veías películas de estreno en los cines de la Gran Vía, luego de un tiempo las pasaban a los cines de barrio. Solían poner dos películas por lo que estabas en el cine unas tres horas o más ya que hacían un descanso entre película y película para que pudieras ir al servicio o a comprar chocolatinas o refrescos a su Bar.

Así cuando terminaba una película aparecía un cartel en la pantalla donde decía: VISITE NUESTRO BAR. Por aquel entonces no recuerdo que hubiera tantas palominas como ahora. Podías comprar chocolatinas de Nestlé que venían en un rollito que al abrirlo te aparecían circulitos de chocolate, a mí me parecían deliciosos. También había helados parecidos a los que ahora venden que eran maravillosos.

Por aquel entonces existía la figura de los acomodadores, personas por lo general con uniforme que te llevaban hasta tu butaca. Cuando llegabas un poco por los pelos y las luces de la sala estaban apagadas, el acomodador llevaba una linterna para poder indicarte el camino.

Antes de la película te ponían el Nodo, una especie de documental en blanco y negro, donde se suponían te daban los grandes acontecimientos del país, los grandes avances técnicos y en ocasiones algunas imágenes de las visitas a nuestro país de grandes estrellas de Hollywood. Solía ser la propaganda del gobierno y en general era un tostón aburrido que a nadie convencía ni le interesaba y mucho menos a los niños o los jóvenes, que estábamos deseando que sonara la música con la que siempre anunciaban el final y que empezara la película.

Pues bien, recuerdo esa primera película totalmente emocionada, se llamaba El puente sobre el rio Kwai, aún siento la carne de gallina cuando escucho el silbido de la Marcha del Coronel Bogey. En la película se empieza a escuchar en la jungla muy levemente y va aumentando el volumen según los soldados van apareciendo en formación en la esplanada de lo que sería su campo de concentración japonés.  Creo que desde entonces siento cierta predilección por las películas de selvas enigmáticas y guerra de británicos contra japoneses.

Por aquel entonces lo más terrorífico que podías ver en el cine era Drácula y sus diferentes versiones y Frankenstein, y que siempre me gustaron y siguen gustándome, me encantan las películas que sin demasiada sangre y solo con su suspense me ponen los pelos de punta. Sir Alfred Hitchcock me introdujo en esas películas que me tenían pensando hasta el final de quien era el asesino. Su terror era elegante como todas las actrices que las protagonizaron, la fotografía era perfecta, la música impactante y el suspense te llegaba a aterrorizar con muy pocos datos.

Luego vinieron las películas de ciencia ficción y ciencia ficción-terror que me encantan. Así Blade Runner será una de mis películas favoritas, junto con La guerra de las galaxias, Matrix, Alien u Origen.

Me encantan las películas de humor, aunque cada día cuesta más que una película me saque la risa, en ocasiones solo consiguen que sonría, creo que con la edad te va desapareciendo poco a poco el sentido de humor y solo va quedando la ironía y una filosofía muy cínica. Así los hermanos Marx o Jerry Lewis me encantaban

Me volvían loca las películas musicales, y sus fascinantes bandas sonoras me cautivan. De pequeña veía anonadada bailar que casi era volar a Fred Astaire y Ginger Rogers. Y hasta la fecha es un género que me encanta tanto en película como en teatro.

En mi niñez las películas que más se veían en la tele eran las de vaqueros e indios, se hicieron grandes películas de este género que en la actualidad se reponen en el Telemadrid todos los días. Y los niños jugábamos a eso, a indios y vaqueros o a policías y ladrones. Lo normal es que si eras niño los reyes magos te trajeran cartucheras con revólveres y arcos y flechas, o incluso alguna escopeta y la estrella del sheriff.

Las películas más esperadas las navidades eran las de Wald Disney, y sus creaciones en dibujos animados. Estas tienen varias cosas que me fascinaban, dibujos maravillosos, animalitos parlantes preciosos y una increíble música. Tenían acción, emoción, fascinación, personajes fantásticos, mucha magia y un gran valor musical que a todos fascina.  Me siguen gustando mucho las películas de dibujos animados, además en la actualidad no solo las ven los niños con fascinación, sino los adultos, pues siempre ponen algún detalle que solo los mayores entendemos. Así mi dibujo favorito en la actualidad es el gran Minion, personaje totalmente adorable.

Creo que he visto miles de películas a lo largo de mi vida y una de las últimas que he visto y creo que debería ver todo el mundo es Thuman, una gran película que te hace reir y llorar casi al mismo tiempo. ¡Qué nadie se la pierda!

El caso es que sigo yendo al cine en cuanto puedo, además ahora se cogen las entradas por internet y no hay que esperar colas, y sigo sintiendo algo muy poderoso cuando las luces de la sala se apagan y comienzan los letreros anunciando que algo emocionante va a ocurrir.

Tal como decía Mecano:


La cola de esta noche
no tiene final
dos horas confiando
que no colgaran
dichoso cartelito
de completo está el local.
Logre cruzar la puerta
diez duritos van
no me ponga delante
ni tampoco detrás.
eterno en la pantalla está
el visite nuestro bar.
Las luces se apagaron
esto va a empezar,
la chica de la antorcha
ya ocupó su lugar
preludio de que algo
emocionante va a pasar.
Sobre la foto fija
de una gran ciudad
los nombres y apellidos
de los que serán
actores, directores, productores y demás.
El ruido de las fabricas al despertar
los olores y colores de la gran ciudad
me hicieron sentir que yo estaba allí,
Que estaba allí.
El cuerpo de esa chica que empezó a temblar
cuando el protagonista la intento besar
me hicieron sentir que yo estaba allí,
que era feliz.
Las primeras escenas de aproximación
consiguen que te metas
en la situación
y poco a poco se va
desarrollando la acción.
Parece que se ha producido un apagón
silbidos a cabina
tensa situación
la chica ya estaba desnuda
cuando se cortó.
Recuperado el ritmo
ya llego el final
barullo de murmullos
que preguntan qué ?qué tal?
Y un desfile de zombis
que abandonan el local.
Durante hora y media
pude ser feliz
comiendo chocolate
y palomitas de maíz
sintiendo que era yo,
el que besaba a aquella actriz.
El ruido de las fabricas al despertar
los olores y colores de la gran ciudad
me hicieron sentir que yo estaba allí,
que estaba allí.
El cuerpo de esa chica que empezó a temblar
cuando el protagonista la intento besar
me hicieron sentir que yo estaba allí,
que era feliz.