La madera

 La madera es la parte sólida de los árboles que está debajo de la corteza.

Las supersticiones relacionadas con la madera tienen a menudo carácter positivo:

TOCAR MADERA

La superstición de tocar madera tiene su origen en la madera de la Santa Cruz y en la veneración de que han sido objeto las reliquias de trozos de madera de ella.

Se dice que cuando se menciona algo que se desea que suceda hay que tocar madera para que efectivamente el deseo se realice y no ocurra nada que lo impida.

También se dice que cuando alguien se jacta de algo, por ejemplo “nunca me he roto un hueso”, tiene que tocar madera inmediatamente para que continúe la buena suerte que hasta ese momento le ha acompañado. 

Cuando una persona hace gala de buena estrella se cree que también debe tocar madera.

EL CRUJIDO DE MADERA

San Juan Crisóstomo escribe en sus Instrucciones Bautismales (año 388): “Exhorto a los hombres y a las mujeres a evitar los presagios y las supersticiones…. Esta intromisión en sus vidas a través del graznido del cuervo, el chirrido de los ratones y el crujido de las vigas”.

Existe la opinión de que cuando crujen los muebles de una casa es una señal de muerte.

Al parecer, las vigas que crujen y las mesas que chirrían son presagio de desastres o muertes.

LA MADERA Y OTRAS SUPERSTICIONES

Se decía que traía buena suerte encontrar por la mañana a alguien con una pata de palo. No había que mirar hacia atrás y seguirlo con la vista porque entonces se tendría un disgusto.


Se cree que poseer objeto de madera perfumada es augurio de buena suerte. 

Experiencias biológicas = emociones

Los que muy pocos saben, excepto los expertos del tema es que los sentimientos son el resultado de las emociones.

La empatía, por ejemplo, es la facultad que tenemos y que nos permite entender los sentimientos de los otros, lo que se suele llamar “ponerse en los zapatos de los demás”. Pero la empatía es desarrolla más por unos que por otros, incluso algunos no tienen en absoluto.

Las emociones son experiencias biológicas y psicofisiológicas de nuestros estados mentales, se desarrollan en nuestro cerebro.

La emoción se asocia al temperamento, la motivación de la persona, y la personalidad de cada cual.

Las emociones son causadas en la liberación de hormonas que más tarde se convierten en sentimientos.

Gracias a las emociones tenemos las motivaciones para actuar constantemente.

Cuando las emociones se reprimen durante largo tiempo pueden dar lugar a periodos de crisis emocionales.

La tristeza, por ejemplo, es una emoción muy básica y la alegría es la emoción contraria.

En la película de animación “Del Revés” que se estrenó en el 2015 podemos ver como todas las emociones son importantes y necesarias para nuestra vida. Necesitamos estar tristes para estar alegres y viceversa, aunque no nos guste ese sentimiento.

                                  

                                          Tristeza (Del Revés)


Juguetes con vida propia

                                            Woody, mi vaquero de Toy Story

Creo que todos hemos soñado, cuando éramos niños, que nuestros juguetes tenían su propia vida y que cuando no los mirábamos o cuando estábamos dormidos hacían de las suyas sin nosotros.

Alguna vez recuerdo, intentar recordar donde dejaba a mi muñeca predilecta, antes de dormir, para cuando me despertase viese si había cambiado de posición. Siempre al despertarme había olvidado mi intención y no le daba importancia donde estaba la muñeca.

Debe de ser algo generalizado en nuestra infancia pues ha sido algo recurrente en las películas. En ocasiones han utilizado esto para aterrorizar a los espectadores como en el caso de la película de Steven Spielberg, Poltergeist. En esta magnífica película vemos como un muñeco payaso ataca al niño protagonista.

En 1988 Don Mancini escribió el guion de Chuchy el Muñeco Diabólico, que narra la historia de un malvado asesino que es herido de muerte y traspasa su alma a un juguete de moda, un muñeco en forma de niño.


Pero en 1995 se hizo la película infantil Toy Story, una película de dibujos animados producida por Walt Disney Pictures y Pixar. En esta magnífica película se muestra las aventuras de un grupo de juguetes. Los protagonistas principales son Woody un vaquero y Buzz Lightyear un guardián espacial. De esta película se han hecho varias partes que terminan cuando el niño dueño de los juguetes se hace mayor y marcha a la universidad, dejando a sus mejores amigos al cargo de una niña pequeña que les sabrá cuidar.

                                                                   

Mantenerse activo para envejecer

Las estadísticas dicen que el sobrepeso no es un buen pasaporte para quien aspire a la longevidad. Algún kilo de más sobre el peso ideal va teniendo su importancia conforme pasan los años, pero no representa un hándicap si no subsisten estados patológicos concretos (diabetes, hipertensión, cardiopatías). Sin embargo, es indudable que, si el exceso de peso supera en un 20-30 % el peso ideal, es necesario adoptar medidas para no añadir otro factor de riesgo a los que ya se derivan del hecho de no ser jóvenes.

Para valorar el estado de delgadez, de normalidad o de sobrepeso, se ha ideado un método sencillísimo que consiste en dividir el peso del cuerpo (expresado en kilogramos) por el cuadrado de la altura (altura por altura, en metros). La cifra resultante expresa el llamado índice de masa corporal, abreviado en las siglas IMC: un imperfecto método de valoración de la variabilidad el peso adoptado habitualmente incluso por los nutricionistas clínicos.

Convencionalmente, el IMC se considera “normal” si se sitúa entre los valores de 19 y 25, pero, de entrada, podemos anticipar que los especialistas consideran insuficiente este parámetro porque no proporciona informaciones sobre la calidad de la composición corpórea: en efecto, no nos dice en qué proporción están distribuidos en el cuerpo la valiosa masa muscular (músculos y órganos) y el fardo metabólico de la masa grasa (tejido adiposo). Si nos limitamos al simple dato del IMC, un atleta dotado de una potente musculatura podría presentar sobrepeso, aunque su porcentaje de masa corporal fuese muy inferior a la media.


Los estudios recientes demuestran que, al menos en los adultos que se hallan en el umbral de los 60 años e incluso lo han superado, no hay evidencia estadística de una menor esperanza de vida si su IMC se sitúa entre 27-28. Por tanto, resulta absurda la obstinación con la que muchos ancianos se imponen toda clase de sacrificios alimenticios para mantener un límite de peso demasiado riguroso. Sobre todo, cuando la atención se centra sólo en reducir la alimentación sin el correspondiente incremento de la actividad física. En efecto las restricciones alimenticias necesarias para que un sedentario adelgace tiene muchos aspectos negativos por que imponen el sometimiento a dietas altamente hipocalóricas y, por tanto, carentes de elementos protectores (vitaminas, minerales) y causan, junto a la perdida de grasa, la pérdida de una notable cantidad de masa muscular.

Comportamiento alimentario

Desde Hipócrates, los médicos saben que el modo de alimentarse condiciona los procesos metabólicos. Lo que ocurre es que las consecuencias no se manifiestan de forma inmediata, como sucede por ejemplo con las alergias, los envenenamientos y las infecciones tóxicas de origen alimentario, sino tras muchos años y décadas de errores y distorsiones alimentarias.  Y es precisamente este estado de latencia el que crea las mayores dificultades a la hora de establecer la relación de causa-efecto del comportamiento alimentario. Un efecto que, además puede ser acentuado o minimizado por un estilo de vida concreto y, por tanto, por una serie de factores secundarios como el estrés, el tabaco, la vida sedentaria, la hipertensión, etc.

Además, no podemos dejar de reconocer que la alimentación se ha convertido en un enorme negocio, en el que los protagonistas de la educación y por tanto del comportamiento alimentario no son el Ministerio de Sanidad ni el de Educación, sino la industria alimentaria, con sus “consejos de compra”.

                                                

Así pues, para aclarar las ideas, sean bienvenidas las líneas guía formuladas por los expertos. Se trata de unas mínimas recomendaciones fundamentales a las que todos deberían adaptarse: una especie de traje de talla única, lamentablemente, o un chaleco antibalas incómodo o pesado para quien no está en situación de riesgo y, viceversa, sólo parcialmente protector para quien tiene antecedentes genéticos tan graves que ha tenido que adoptar, desde la infancia, las medidas más rigurosas.

Como ejemplo de las recomendaciones que llevan a cabo los diferentes organismos administrativos nacionales, a continuación, enumero las siete líneas guía para una sana alimentación:

1.     Controla tu peso y mantente activo
2.    Saber que grasas y en qué cantidad
3.    Más cereales, legumbres, hortalizas y fruta
4.    Controlar la ingestión de azúcar y dulces
5.    No abusar de la sal
6.    Moderar la ingestión de bebidas alcohólicas
7.    Una alimentación variada


La escoba

La escoba ha sido el vehículo por excelencia sobre el cual se trasladaban las brujas para asistir a los aquelarres.

Con estos antecedentes no es de extrañar que este instrumento de limpieza aparentemente inofensivo esté relacionado con las supersticiones de carácter negativo.

Julio Caro Baroja describe en su libro Las brujas y su mundo un viaje en escoba: “…. algunas brujas llegan a la asamblea sobre palos y escobas, generalmente. Pero las hay que van montadas en un macho cabrío (acompañadas de dos niños que han raptado o seducido y que van a ofrecer a Satán) o sobre un dragón. Vuelan, además, por el aire, sierpes y monstruos”.

Antes de emprender un vuelo, las brujas untaban las escobas y el dorso y la palma de las manos con un ungüento especial, a continuación, se ponían la escoba entre las piernas y salían volando hacia el aquelarre.

Las visitas inoportunas se ahuyentan poniendo detrás de la puerta una escoba con el palo hacia abajo.

Entre los marinos existía la superstición de que si se colocaba una escoba invertida la mujer de un marino tendría una desgracia. También les traía mala suerte el que una escoba del barco se cayera al mar.

Al parecer, si se barren los pies calzados de una soltera o una viuda, éstas no se casarán.

Es creencia popular que trae mala suerte colocar una escoba sobre la mesa. También trae mala suerte comprar una escoba en Navidad o en el mes de mayo, ya que estas escobas barren fuera la familia y los amigos.


                               Mi brujita con escoba

Cojamos el camino acertado

En muchas ocasiones el problema no consiste en coger un camino equivocado, sino en no ver ningún camino. Hay momento en los que el destino parece ponernos a prueba. Hace unos días una amiga, a raíz de una situación complicada que estaba viviendo, me dijo algo así como: “Ya me contarás tú qué enseñanza se puede sacas de este problema desastroso”, y yo la dije: “No me digas que no lo ves”, “¿No te das cuenta de que después de esto cualquier cosa que te echen te parecerá una insignificancia?, tienes una oportunidad para aprender a no sentirte afectada, por mucho que un mentecato lo pretenda”.

Estábamos hablando de un tema laboral, la insistí en que jugase a sorprender a su inmerecido jefe en la primera ocasión que se le presentase; así en lugar de enfadarse o sentirse consternada ante sus descalificaciones, le respondería con una amplia sonrisa, diciéndole aquello de:”¿alguna otra aportación o por hoy ya nos has iluminado bastante?”; esta respuesta no es agresiva considerando la superficialidad el jefe en cuestión, no obstante le sugerí otras respuestas a medida, en función de su estado anímico y del ambiente imperante, si se sentía muy debil y creía que “el horno no estaba para bollos”, siempre podría sonreír y hacer un gesto como diciendo ¡hay que ser insensato! Pero eso sí, sin salir esa frase de su boca; lo máximo que podía pasar es que el mencionado jefe le preguntara ¿qué quería decir con esa sonrisa?, a lo que ella podría responder “¡Ah, pero estaba sonriendo!, ¡no me había dado cuenta, me sale esa sonrisa siempre que estoy especialmente atento!

                                      Hombre asustadizo amenaza y los ataques, 3d Foto de archivo - 11196310 

Hay una regla clave: cuando no veas ningún camino, no sigas mirando. ¡Párate! Cierra los ojos, controla tu respiración, intenta pensar en algo positivo y, cuando lo consigas, mira de nuevo y quizá ya puedas ver; pero si aún no distingues nada, no te preocupes, porque seguro que está ahí y lo único que quiere es darte una sorpresa; vuelve a concentrarte en otras cosas, a ser posible que te traiga recuerdos agradables, intenta disfrutar de esas imágenes y, cuando menos lo esperes, aparecerá lo que buscas. En casos extremos, en los que nos sentimos a punto de explotar, hagamos algún tipo de actividad física o deportiva; en casa, siempre podemos hacer algo de gimnasia o bailar, actividades ambas saludables que nos ayudan a canalizar esa energía que parece ahogarnos.


Siempre hay un camino, aunque en ese momento parezca escondido.

                                 Resultado de imagen de imagenes de camino

Amor, ¿Felicidad o sufrimiento?

Algunos piensan que su felicidad está en manos de los demás porque dependen de su amor para sentirse bien. Esto es erróneo, aunque está muy extendido. Gran parte de la equivocación quizá tenga fundamento en nuestra propia experiencia, pero es la de los primeros años de vida cuando éramos pequeños; confundir las necesidades del niño y las del adulto no parece un ejercicio de objetividad, pero es lógico que nos pase si nunca nos han ayudado a reflexionar sobre ello.

En efecto, cuando somos pequeños, durante los primeros años de nuestra vida, dependemos de los demás para sobrevivir. El niño necesita del afecto de los que le rodean, no puede vivir sin él.

Sin embargo, el adulto puede sobrevivir incluso en situaciones de aislamiento, está preparado para ello. Por supuesto que no le resultará fácil, y ojalá no tenga que experimentar esta vivencia; pero el adulto, a diferencia del niño se tiene a él mismo, con sus limitaciones, pero también con sus fortalezas, con el equilibrio, el apoyo y los recursos que le dan sus experiencias, y con los aprendizajes que ha ido elaborando a lo largo de su vida.

Es muy frecuente que algunas personas se sientan morir ante el hecho de haber perdido a la persona nada, o ante la discusión o el disgusto que acaban de experimentar y que vivan con un dolor y un sufrimiento terrible. Ese sufrimiento lo justifican como parte consustancial del amor: “Si te enamoras ya sabes lo que te pasa, puedes ser la persona más feliz del mundo, pero también la más desgraciada.” En ocasiones hemos oído algo parecido, ya nos lo creemos sin necesidad de cuestionarlo, sin hacerlo pasar por nuestra mente racional.

Es lógico que deseemos que nos quieran las personas claves de nuestra vida, pero ello no significa que lo necesitemos para vivir.

Necesitamos respirar, dormir, comer…, vivir en unas condiciones físicas que nos permitan nuestra supervivencia, pero no necesitamos que nos quiera alguien en concreto para seguir viviendo; aunque, sin duda, si nos quisiera y lo hiciera de la forma que nosotros queremos que lo haga nos sentiríamos más felices en ese momento. Claro que sí, pero eso no es una necesidad, es un deseo, absolutamente lógico por otra parte, pero no esencial ni determinante para nuestra vida.


El amor como los demás sentimientos del ser humano, tiene sus explicaciones y sus misterios; sus grandezas y sus miserias. Pero no confundamos deseo con necesidad.  

Disfrutar al aprender

Deberíamos aprender cada día algo por el mero hecho de disfrutar. En muchas ocasiones sustituimos el “aprender y disfrutar” de cada día, por el de hacer las tareas y obligaciones inherentes a cada día.

Es como si a la posibilidad de obtener satisfacción antepusiéramos la de sufrir y sufrir; sería un sufrimiento inútil, pero estaría provocado por un hábito, por una conducta mecánica, que convertiría lo inhabitual en frecuente.

¿La vida tiene mucho sentido, si no es una “vida vivida”? No vivir la vida sería no aprender cualquier situación, acontecimiento o pensamiento que pueble nuestra mente. Me temo que en esas circunstancias descenderíamos a un nivel muy bajo, pues la mayoría de los animales sí son capaces de “aprender” de las experiencias.                      

Quizá exista un rechazo al término aprendizaje, toda vez que para muchas culturas aprender es sinónimo de esfuerzo y sacrificio, cuando no de sufrimiento. Muchos adultos tienen este principio muy “grabado”; de tal forma que, incluso los cursos de perfeccionamiento o reciclaje que se siguen en muchas empresas, suscitan al principio cierta incertidumbre y no poca “pereza”. 

                                             

Sólo la habilidad y la profesionalidad del ponente y de la organización que lo imparte consiguen superar esa apatía. Pero la verdad es que muchas consultoras o centros de formación han terminado confundiéndose, y han convertido lo que deben ser aprendizajes importantes en una disculpa, en un conjunto de “juego” o situaciones simpáticas para que un grupo de adultos se lo pase bien, olvidando el fin principal para el que fueron concebidos, que no es otro que facilitar aprendizajes. No quiero decir con ello que la formación deba ser algo serio y tedioso. Todo lo contrario, pero cualquier aprendizaje debe encerrar un contenido y unos métodos que nos faciliten su asimilación; cuando se hace bien, aprender, disfrutar y asimilar pueden y deben ir unidos.

                                   

En la actualidad, muchos niños empiezan “disfrutando” en su primera etapa de aprendizaje, en lo que llaman educación infantil; sin embargo, con demasiada frecuencia, cuando comienzan las dificultades, o ante determinadas exigencias, el disfrutar puede dar paso a empezar a pasarlo mal: los exámenes, controles y evaluaciones se convierten en estímulos generadores de ansiedad; en carreras de competición; en obstáculos difíciles de superar; los sentimientos de fracaso, impotencia e inseguridad se generalizan hasta el punto de que a muchos niños, adolescentes y jóvenes, es como si les hubieran privado de una parte importante de sus vidas, una parte que nunca volverá.


El aprendizaje bien entendido y bien facilitado, debería ser sinónimo de “vida vivida”; de existencia auténtica, de alegría compartida y de crecimiento constante. 

Lo positivo y lo negativo

Tenemos un problema importante en el tipo de educación que recibimos, que nos enseñó a estar siempre atentos ante lo negativo pero nada receptivos ante lo positivo. Nos pasamos la vida diciéndonos:”¡Cuidado!”, “¿Por qué habré dicho eso?”, “¡Vaya forma de actuar!!, en lugar de “¡Eres una persona que se esfuerza, que pone interés y que va a conseguir sus objetivos!”, “¡Ánimo!”, “¡Adelante!”, “Seguro que lo lograrás”, “No tengas dudas”, “¡Vales mucho!”, y cosas parecidas.

Habrá personas que sientan “pudor” pensando que “eso” es darse autobombo o autoalabarse, pero no nos confundamos. No se trata de alabarnos, vanagloriarnos y encumbrarnos en el narcisismo; en absoluto, se trata de protegernos, de animarnos, de darnos fuerzas y ponernos en la línea de salida ante el largo recorrido que nuestra mente y nuestro corazón hacen cada día.

Ya hemos comentado que el sufrimiento inútil no nos enseña nada, más bien nos debilita. Cuando dejamos que nuestra mente divague y se “desparrame” en pensamientos absurdos o negativos, lo único que hacemos es disponernos a machacarnos, a inmolarnos absurdamente.

¿Dejaríamos de comer y de beber para afianzar el control sobre nuestras necesidades fisiológicas? Sería absurdo, porque lo único que conseguiríamos sería someternos a un calvario que, de persistir, terminaría con nuestra propia existencia. ¿Por qué entonces nos sometemos a calvarios absurdos enredándonos en pensamientos tan negativos como irracionales?.


Insisto, no nos enseñaron a controlar nuestros pensamientos, ¡pero ya va siendo hora de que aprendamos a hacerlo!

                                         

Una oportunidad especial

Los números sugieren sensación de exactitud, de precisión. “Dos más dos son cuatro”, se suele decir, dando a entender que no ha lugar a más argumentaciones. Pero se trata de una actitud partidista respecto a la aritmética, el álgebra, el análisis y, las matemáticas en general.

Por el contrario, los números siempre han hundido sus raíces en las tradiciones, en los tratos comerciales de los grupos humanos que los han empleado de diferentes formas en el transcurso de la historia.

Los significados sacros (según los cuales el 3 o el 7, por ejemplo, representaban diferentes ideales de perfección) y la sección áurea, es decir, una relación bien definida entre la base mayor y la menor del rectángulo, han constituido frecuentemente los elementos esenciales para la construcción de templos y lugares de culto. Los contactos comerciales y culturales con Oriente han concurrido de manera determinante al abandono de las cifras romanas en favor de las árabes. Son otros tantos ejemplos de que las matemáticas, lejos de ser una abstracción desligada de la vida real, están en cambio, empapadas de valores concretos.

En este punto, nos vemos forzados a establecer un paralelismo entre la común percepción de los números y el mundo en el que se conciben las relaciones entre la inteligencia, la creatividad y ese universo de motivaciones, sentimientos, deseos que se agolpan en la mente del hombre. Efectivamente, con frecuencia se tiende a dividir la realidad en sectores netamente separados entre sí. Y ello no es más que un error, como lo es asimismo separar las matemáticas de los contextos humanos en que se han desarrollado.

En realidad, el mundo psíquico no presenta líneas de demarcación bien definidas. Al igual que todos somos inteligentes, si bien en diferente medida, todos somos creativos y portadores de un mundo afectivo riquísimo. Los distintos componentes psíquicos se entrecruzan, se compenetran entre sí, interactúa, y dan lugar a ese fenómeno complejo que es la personalidad el individuo, con sus inmensas potencialidades.




Nos faltan ilusiones

Sin ilusiones perdemos la fuerza que nos mueve, el timón que nos guía, el horizonte que nos espera. Podemos perder la cartera, el paraguas, las llaves, hasta la ropa, pero no las ilusiones, porque entonces sólo queda la desesperanza.

El ser humano no puede vivir sin ilusiones. Porque entonces su existencia sólo es un cúmulo de obligaciones sin sentido, de esfuerzos malgastados, de falsas responsabilidades, de insatisfacciones permanente…, de trampas constantes.

Hay demasiada gente triste, demasiados niños perdidos, demasiados adultos confundidos, demasiadas personas sin esperanza…. Demasiado peso a nuestras espaldas.

¿Qué está fallando en nuestro sistema de vida? ¿Por qué tienen tanto éxito los cursos que combaten la ansiedad y el estrés? ¿Qué buscamos? ¿Qué esperamos encontrar?... Seguramente buscamos lo que hemos perdido y, aunque en muchas ocasiones no sabríamos definirlo, en realidad hemos perdido la ilusión.

Creo que uno de los primeros aspectos que conviene trabajar cuando se ha perdido la ilusión, es volver a encontrar nuestra misión, esa meta que justifica nuestros esfuerzos y da sentido a nuestra vida. A veces, de forma muy clara, el análisis nos dice que tenemos que crear nuevos objetivos porque los antiguos quedaron obsoletos; sin embargo, con frecuencia ese análisis riguroso nos hace ver lo que ya no veíamos; nos ayuda de nuevo a encontrar el sentido a nuestros esfuerzos y la utilidad a nuestro trabajo o sacrificio.


Al final, TODOS TENEMOS UNA MISION. Porque el día que la persona no lo sienta así será el principio de su desaliento.  

Adivina quien tiene un pez


En un barrio corriente vive un noruego, un danés, un británico, un alemán y un sueco.

Sus casas son de diferentes colores, Verde, Azul, Amarilla, Roja y Blanca.

Cada uno tiene por costumbre tomar una diferente bebida. Uno toma agua, otro leche, otro café, uno cerveza y te.

También tienen la mala costumbre de fumar, pero cada uno fuma unos cigarrillos diferentes. Dunhill, Brendes, Prince, Pall Mall y Brumasters.

Y cada cual convive con una mascota diferente: Un pájaro, Un caballo, Un gato, Un perro y un pez.

Tenemos que conseguir saber quién tiene el pez; para ello os doy unas pistas:

*      El británico vive en la casa roja

*      El sueco tiene un perro

*      El danés toma te

*      La casa verde está a la Izda. de la casa Blanca

*      El dueño de la casa verde toma café

*      La persona que fuma Pall Mall tiene un pájaro

*      El dueño de la casa amarilla fuma Dunhill

*      El que vive en la casa del centro toma leche

*      El noruego vive en la primera casa

*      La persona que fuma Brendes vive junto a la que tiene un gato

*      La persona que tiene un caballo vive junto a la que fuma Dunhill

*      El que fuma Bluemasters bebe cerveza

*      El alemán fuma Prince

*      El noruego vive junto a la casa azul

*      El que fuma Brendes tiene un vecino que toma agua

                                 



Pongamos nuestros pensamientos al servicio de nuestros objetivos

¿Alguna vez nos han enseñado a controlar nuestros pensamientos? No. Como muchos, nos han dicho que no pensemos en determinadas cosas, o que controlemos nuestras conductas, pero si tan siquiera nos han enseñado algo tan crucial como es el que nuestro cerebro continuamente está pensando cosas, y esos pensamientos determinan nuestros estados de ánimo: el que nos encontremos bien o mal. Cuando percibimos esta realidad intentamos aprenderla conforme a nuestros viejos hábitos, es decir, intentamos que esos pensamientos no nos alteren, y en el mejor de los casos, controlarnos. ¿Pero nos hemos planteado que, además de controlarlos, podemos ponerlos a nuestro servicio?

¿Qué queremos decir? Que podemos pasar de la reacción a la acción.

Reaccionar sería darnos cuenta de lo que estamos pensando e intentar controlarlo para que no nos influya negativamente. Por el contrario, la acción significa que, de forma voluntaria y consciente, intentamos poner nuestros pensamientos a nuestro servicio: provocamos y producimos intencionadamente nuestros pensamientos, no nos dedicamos sólo a reaccionar ante ellos.

Si yo me siento mal tengo, fundamentalmente, cuatro opciones:

1.     Desesperarme
2.    Intentar soportar esta situación lo mejor posible.
3.    Intentar controlar los pensamientos que me provocan ese estado
4.    Ir por delante, controlar los pensamientos negativos o irracionales y poner en su lugar pensamientos más racionales y positivos.


Dentro de lo que podríamos llamar Salud Menta, indudablemente la mejor opción es la cuarta, pero aún podemos mejorar nuestros hábitos si pasamos a la acción; es decir, si de forma consciente intentamos dirigir esos pensamientos que continuamente nos acompañan en lugar de dejarnos sorprender por ellos. Será más fácil que controle mi ansiedad ante una situación de examen, provocándome pensamientos y frases positivas sobre esa situación que dedicándome a contrarrestar los pensamientos negativos o pesimistas que me vienen a la cabeza. 

                            

                               

Aprendamos a vivir el presente

Ésta es la tarea más complicada, entre otras cosas porque para liberarnos de los condicionantes negativos de nuestro pasado primero tendremos que ser conscientes de la cantidad de pensamientos y creencias que, en este momento presente de nuestras vidas, aún nos siguen condicionando.

Una de las mayores ingenuidades que cometemos los adultos es creernos que somos dueños de nosotros mismos, cuando la realidad es que una parte importante de nuestras conductas está automatizada; es decir, las hacemos sin darnos cuenta, como si fuéramos pequeños robots que repetimos lo que tenemos grabado.

El ser humano va grabando en su cerebro, que actúa como una especie de disco duro, todo lo que va viviendo. Puntualmente quedan registrados todos los acontecimientos que le han ocurrido, los sentimientos que le han generado, las emociones que ha sentido (las alegrías o tristezas que ha experimentado) …, absolutamente todo. Cuando los acontecimientos tienden a repetirse, la persona empieza a actuar de forma mecánica, su cerebro busca hechos parecidos en su pasado y, cuando los encuentra, desencadena de inmediato las emociones que sintió en aquellos momentos y tiende a repetir las conductas de entonces.

No estamos hablando del determinismo ni de la falta de libertad de las personas; no nos confundamos, estamos hablando del comportamiento humano. En ningún momento negamos la capacidad de elegir libremente, pero no podemos obviar como esa “elección” la mayoría de las veces no se ha producido, simplemente se ha reproducido una conducta ya vivida, que estaba unida a un hecho y a una emoción que ocurrieron en el pasado, y que quedaron registrados en nuestro cerebro.


Tenemos que aprender a vivir el presente sin los condicionantes negativos de nuestro pasado. “Hoy es el mañana de ayer”

¡Nos pasamos la vida sufriendo!

¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar con qué facilidad sufrimos? O, para decirlo de otra forma ¿cuánta vida se nos escapa sufriendo?, ¿cuánta energía desperdiciamos?, ¿cuántas ilusiones y esperanzas tiramos?, ¿cuántas ocasiones perdemos?, ¿cuántas alegrías ahogamos?

Realmente, ¿hay justificación a tanto sufrimiento?, ¿la vida es tan difícil y la felicidad tan imposible?, ¿de verdad nos creemos que nuestro destino es sufrir?, ¿qué estamos aquí para pasarlo mal? Casi nadie, al menos en nuestra sociedad occidental, contestaría de forma afirmativa a estas preguntas, pero lo cierto es que parecen actuar como si creyeran en un destino fatalista de la vida.

Personalmente, desearía que, a estas alturas de la historia, en pleno siglo XXI, la mayoría de las personas no se sintieran atrapadas por algo de lo que no pudieran escapar. No obstante, la verdad es que mucha gente sufre de forma inútil y, además, sufre prolongadamente.

La verdad es que sin darnos cuenta repetimos conductas, rutinas, costumbres, hábitos, formas de actuar que, inexorablemente, nos hacen sentirnos mal, pero que se nos antojan imposibles de evitar. Ante lo que consideramos una mala noticia nos preocupamos, en lugar de prepararnos para superarla en las mejores condiciones; los contratiempos nos alteran y con facilidad nos dispersan, dificultándonos la búsqueda de las mejores opciones; rápidamente vemos en los acontecimientos la parte negativa, las dificultades, los obstáculos, en lugar de las oportunidades que encierran. Al final sufrimos y, de nuevo, sufrimos inútilmente.


Deberíamos intentar, en la medida de lo posible, a ver la vida con más realismo, con más ánimo, con más ilusión, con el convencimiento de que podemos controlar nuestra propia vida y que merece la pena vivirla…; y lo podemos hacer sin pedir ningún cambio milagroso a nuestro alrededor. Y digo esto, porque estoy absolutamente convencida de que la felicidad depende de nosotros mismos, no de nuestras circunstancias.
                                          

                                                     

El espíritu de adaptación

Entre los diferentes comportamientos que se consideran inteligentes aparece siempre la adaptación, es decir, la capacidad que tiene el individuo para saber adaptarse a las circunstancias mutables del ambiente físico y social.

Los hechos de la vida individual son en gran parte imprevisibles. Por otra parte, la sociedad evoluciona muy rápidamente en el mundo moderno y contemporáneo. En épocas pasadas jamás había sucedido que la organización del trabajo de nuestro tiempo, y por ello también de la vida privada con sus costumbres, sus ritmos (alimentación, disposición de nuestra persona, etc.), con sus profundos cambios, afectaran a generaciones enteras. Allí donde ha empezado a afianzarse la producción industrial se ha puesto a dura prueba el espíritu de adaptación de los individuos. Millones de personas han pasado de la vida campesina a la urbana, o han emigrado a ambientes culturales y socialmente distintos a los tuyos de origen.

Por su propia naturaleza, la sociedad industrializada es una sociedad en constante transformación. Basta observar lo que sucede actualmente: se está dando una gigantesca y rápida reorganización de las actividades productivas debido a la “revolución “informática, es decir, a la introducción del ordenador en el proceso productivo. Como es lógico, ello implica e implicará un esfuerzo de adaptación para las generaciones que se vean involucradas.

Vamos a ver ahora lo que significa “adaptarse”. Cuando cambia el ambiente que nos rodea (social, económico, físico), también tenemos que cambiar nosotros. Entonces, saber adaptarse significa estar abiertos a posibles modificaciones de nuestros hábitos, de nuestra vida y, a más largo plazo, incluso de nuestra forma de pensar. Así pues, la disposición a acoger en nuestro interior nuevos valores, nuevo comportamiento, a establecer nuevas relaciones con la sociedad. La inteligencia es, en pocas palabras, la capacidad de cambiar al tiempo que lo hace el mundo que nos rodea.


Un ejemplo extraído de la experiencia afectiva individual también puede expresar lo que es el espíritu de adaptación: cuando uno se enamora, es decir, cuando deja que, entre otra persona en su vida, en cierta manera tiene que adaptarse a la nueva situación cambiando él mismo. Es verdad que en este caso la fuerza del amor favorece el espíritu de adaptación y suele suceder que dos personas que están enamoradas se adaptan rápidamente una a otra, sin desequilibrios.  Pero un individuo es un sistema complejo y, cuando cambia un elemento dentro de su sistema, todo el sistema ha de encontrar su equilibrio, una manera nueva de proceder. Puede que un cambio como el amor se resuelva en una potenciación de todo el sistema, pero también puede suceder que alguna parte se resienta y que el individuo muestre desequilibrios. En este caso, la inteligencia consiste en buscar un nuevo equilibrio, una manera de relacionarse con el otro. 


Juego de inteligencia (II)



Una adivinanza lógica

Resolver una adivinanza a menudo significa encontrar la manera de desarrollar un razonamiento correcto y llegar a una conclusión. La razón humana no se puede escindir, dividir e incluso intuitivamente podemos entender que las adivinanzas, por su misma naturaleza tienen alguna relación con la lógica, disciplina que tiene que ver con los razonamientos válidos y correctos. A veces un problema, un juego, nos parece imposible de resolver, pero sólo porque no tenemos paciencia para ponernos a razonar. El juego que presentamos a continuación no es una adivinanza tradicional, pero se trata de un problema cuya solución no se ve de inmediato. Es necesario detenerse a analizar las reglas del juego y ponerse a razonar.

De una baraja de cartas se quitan tres, una de color negro (tréboles o picas) y dos rojas (diamantes o corazones). En el juego participan dos personas. Las tres cartas se barajan cuidadosamente y se reparte de la siguiente manera: a cada jugador se le da una boca abajo y la última se coloca, también boca abajo, en la mesa. A una señal de la persona que ha repartido las cartas, que se convierte así en el árbitro del juego, cada uno de los jugadores observa su propia carta. Gana el jugador que antes adivine el color de la carta del adversario. Si nos metemos en la mente de uno de los dos jugadores, hemos de razonar como sigue:

I)           Si me toca precisamente la carta negra, no hay duda: es seguro que mi adversario tiene una carta roja y, por lo tanto, es imposible que pierda.
II)         Si, en cambio, me dan una carta roja, espero (pero no demasiado) a ver qué hace mi adversario: si no habla inmediatamente, no puede tener la carta negra; por lo que necesariamente tendrá la roja.


En este juego gana el que primero desarrolle el razonamiento en el que se basa, adelantándose a su adversario.
                                                

Juego de inteligencia (I)

¿Cuántos son de familia?

Atrás han quedado los años en que las pequeñas compañías de cómicos iban de pueblo en pueblo y, para atraer a l público y hacer que fuera a sus espectáculos, se hacían propaganda en la plaza dando algunos anticipos de golpes, breves escenas y trocitos de la obra. Una vez, una de estas compañías, que se exhibía con algunos números teatrales, expuso a la gente, llena de curiosidad, esta adivinanza:

-Yo tengo el mismo número de hermanos que de hermanas- dijo un actor encapuchado y vestido de forma que no se pudiese distinguir si era hembra o varón. Inmediatamente después salió una mujer que, con voz atropellada, declaró: -Yo soy la hermana de quien acaba de hablar y, respecto a él, yo tengo el doble de hermanos que de hermanas. A ver ¿cuántos somos de familia?

El que lo hubiese adivinado, habría tenido derecho a una entrada gratis para el espectáculo de la tarde.

Se puede llegar a la solución por medio de un sencillo razonamiento. Supongamos que el individuo encapuchado que ha hablado en primer lugar sea una hermana. Entonces la hermana que ha tomado la palabra en segundo lugar debería encontrarse en la misma situación que la primera. Por lo tanto, habría tenido que declarar que tenía el mismo número de hermanos que de hermanas. En cambio, no es eso lo que ha afirmado. Así pues, el que ha hablado primero es necesariamente un hermano.

¿Cuál es la primera consecuencia que podemos sacar de todo ello?

Indudablemente los hermanos son uno más respecto a las hermanas. Analicemos ahora lo que ha dicho la hermana que ha hablado en segundo lugar: ha dicho que el número de hermanos es el doble respecto al de hermanas, que, por lo tanto, son la mitad. Entonces, a mitad del número de los hermanos es dos, el número de los hermanos es cuatro y el de las hermanas, incluida la última que ha hablado, es tres: en otro problema más: basándonos en la afirmación del primer individuo, los hermanos y las hermanas habrían podido ser, cinco hermanos y cuatro hermanas.

¿Qué razón nos lleva a descartar esta suposición?


La hermana que habla en segundo lugar, al decir que tiene el doble de hermanos, excluye totalmente dicha suposición. Sin contar la hermana que ha hablado, el grupo estaría compuesto por tres hermanas y cinco hermanos y, como es bien sabido, cinco no es el doble de tres. 

Cociente Intelectual



Difícilmente se sustrae uno al deseo de conocerse mejor a sí mismo. Bien que lo sabía la serpiente que tentó a nuestros progenitores. El CI, que se empleó por primera vez en el test Stanford-Binet, es un compendio de informaciones. Se calcula examinando los resultados obtenidos en las distintas pruebas de un test y expresa una puntuación global.


 La expresión “Cociente Intelectual” deriva de la finalidad originaria de la puntuación: calcula la relación entre la edad cronológica de un niño, expresada en años y meses, y su edad mental, medida gracias a las pruebas que es capaz de superar. Esta puntuación se relaciona con el hecho de que, normalmente, algunos valores son típicos de ciertas edades. Y, así, el CI nació como medida de la capacidad intelectual general de un sujeto en relación con el estado de desarrollo medio de sus coetáneos. Respecto a estos últimos naturalmente, puede suceder que uno esté más adelantado o se haya quedado retrasado y, que por ello su edad mental sea mayor o menor que la cronológica.

Hoy en día el CI se emplea también en sujetos adultos y se ha disociado del concepto de edad mental (CI de “desviación”). Los resultados “brutos” de las pruebas de un test se transforman por medio de cálculos estadísticos en una escala cuyos valores entre 90 y 110 equivalen a las puntuaciones “normales”, las más corrientes. Por encima y por debajo de éstas tenemos las más infrecuentes por exceso o por defecto. Se puede estimular el espíritu competitivo de cualquiera mediante una medida, que nació para valorar si el desarrollo intelectual de los niños era normal o no, y que se ha ido cargando, poco a poco, de significados emotivos, de valores que van mucho más allá que las puntuaciones. De hecho, quienes dan cotas altas en las distintas pruebas pueden considerarse sujetos infrecuentes, personas dotadas de características extraordinarias. ¡Y a todos nos gustaría ser así!

Pero ¿cuál es, en realidad, nuestro nivel de inteligencia? ¿Cómo son los “instrumentos del oficio” más importantes, las habilidades que empleamos para lograr buenos resultados en el trabajo, en el estudio, en las relaciones con los demás?

La denominación procede del psicólogo francés Alfred Binet (1857-1911), que elaboró una escala de test para medir la inteligencia infantil, conjuntamente con J. Simon. La escala Binet-Simon tuvo una enorme difusión en las décadas siguientes; el primer test de inteligencia (basado en una serie de pruebas relacionadas con la experiencia cotidiana de distintas edades) lo elaboró Binet en 1905 por encargo del Ministerio de Educación de su país. Dicha escala sufrió varias revisiones, entre las cuales es muy conocida la “revisión Stanford”, obra de Lewis Terman de la universidad homónima. De aquí que se denomine escala “Stanford-Binet”