Había sido un día agotador, desde que cumplió los 60 todo la alteraba más y eso hacía que todo su cuerpo la pesara como si tuviera que acarrear una terrible mochila de varias toneladas.
Los dolores de cabeza, últimamente la acosaban con más asiduidad, así que se puso el pijama y se tiró literalmente en la cama intentando evadirse, pero cada vez que cerraba los ojos era mucho peor, así que se levantó y se sentó el sillón favorito de su amplio salón, encendió la tele y quitó el sonido.
Pensó en lo fácil que era todo cuando era una niña, recordaba su infancia como el momento más feliz de su vida, aunque por aquel entonces no lo sabía. Su padre siempre se lo decía: “aprovéchate ahora, que cuando seas mayor todo son problemas”.
Siempre había sido una niña solitaria, no le gustaban las compañías, puede que por ser hija única y no haber alrededor más niños que ella. Por lo menos hasta que fue al internado inglés.
El primer día de clase una niña se sentó a su lado y comenzó a hablarla como si se conocieran de siempre, eso la hizo tener curiosidad por ella. La niña se llamaba Lucia y hablaba por los codos, cosa que la molestaba, pero supo enseguida que mejor era tener alguien a su lado para no parecer la “rara” del colegio, como le había pasado en su escuela anterior, así que permitió que fueran inseparables, y la dejaba hablar por las dos.
Lucia resultó ser fácil de manejar, así la hizo partícipe de cualquier juego considerado como peligroso o prohibido. En ocasiones, cuando Lucia no dejaba de hablar, ella soñaba en cómo podía deshacerse de ella y un día en el que pidieron permiso las dos para ir al servicio, en plena clase de filosofía, la retó a subirse al pasamanos de la escalera central del edificio. Estaban en el piso quinto y al verla empezó a tener esa sensación de nerviosismo que en ocasiones había podido controlar, pero en aquella ocasión se dejó llevar por la ansiedad y supo lo que tenía que hacer. Miró a su alrededor, no había nadie, así que resuelta empujó a Lucia con determinación, y calló con un movimiento que le pareció lento, pero que hizo que, al estrellarse contra el suelo, su cuerpo quedase en una posición imposible.
Nunca tuvo ningún remordimiento, pero lloró durante días y explicó a todos que su mejor amiga había resbalado y caído al vacío. Por supuesto todo el mundo la creyó y no se extrañaron de que a partir de ese momento fuera sola y no quisiera la compañía de nadie.
El psicólogo del colegio habló con ella y decidió que debían dejarla en paz, que el shock se la iría pasando poco a poco y aconsejó que una vez cada año se la hiciera un análisis clínico por un profesional, para hacer un seguimiento de su estado mental.
Cuando comenzó los estudios universitarios cambió de lugar de residencia y todo se quedó en una anécdota.
Sin embargo, su padre nunca quedó conforme con el análisis del psicólogo y a ella le pareció que a partir de entonces la miraba raro. Unos años más tarde se dio cuenta que su padre sabía la verdad de lo que pasó, aunque no se lo dijera e intentó llevarla a varios psicólogos. Aún era menor de edad y sin remedio se hacía lo que su padre quería, así que tuvo que tomar cartas en el asunto e hizo un plan.
Mojando un trapo en el aceite para freír, lo untó en el suelo de la cocina, ese suelo que siempre había sido tan resbaladizo. Luego se sentó en una de las sillas de la cocina a leer un libro, al frente de la mesa y esperó a que su padre entrara en ella.
Su padre, entró como esperaba para hacer la cena, se escurrió y calló de espaldas con mucho estrepito, golpeándose con fuerza en la cabeza, enseguida se formó alrededor de esta un charco rojo de sangre. Ella esperó prudentemente a que su padre se levantara, pero no lo hizo, esperó y esperó hasta que la sangre empezó a coagularse, entonces se levantó de la silla y le tocó el corazón. Este aún seguía latiendo levemente por lo que no le quedó más remedio que llamar a urgencias.
Cuando llegó la ambulancia se mostró histérica y tremendamente triste, alegó que había encontrado así a su padre cuando volvía de dar un paseo por el barrio. Todo el mundo la creyó y llevaron a su padre al hospital, donde estuvo en coma más de tres meses.
Un día despertó, pero realmente seguía sumido en un estado de inconsciencia, no hablaba, no andaba… así que los médicos le diagnosticaron que un coagulo se había formado en su cerebro y que viviría, así como un vegetal el resto de su vida.
Ella y su tía le ingresaron en ese sanatorio para ancianos seniles o con problemas mentales, y desde ese momento ella se sintió completamente aliviada.
Luego tuvo que quitarse de encima a su pesada tía que la volvía loca. Así que en una ocasión que estaban en el baño y le daba la matraca con que debía de salir y conocer a más gente, ella se volvió y sin más dilación agarró a su tía por los hombros, ha hizo una llave que había aprendido en la preparación física para el cuerpo de policía y golpeó su cabeza en el pico de mármol del lavabo.
Fue más fácil de lo que había pensado, el hueso de la cabeza se quebró con mucha facilidad y pudo comprobar cómo se le iba la vida a su tía sin darse cuenta de lo que la había pasado. Nuevamente tuvo que llorar y gritar cuando llamó a urgencias, estos solo pudieron certificar la muerte por accidente de hogar de su tía y ella nuevamente se sintió libre como un pájaro.
Un poco más difícil fue eliminar a Arturo. Se habían hecho íntimos hacia algunos años, al principio ella pensó que esta vez podía ser que lo quisiera, pero cuando el empezó a plantearla la posibilidad de vivir juntos, ella lo rechazó drásticamente.
El jamás entendió por qué a partir de entonces ella ya no quisiera salir con él y ni siquiera contestara sus llamadas telefónicas. La amaba tanto que nunca vio en ella ninguna falta, así que la imploró y la rogó. Intentó por todos los medios que volvieran a verse, todos sus compañeros se dieron cuenta de su profunda tristeza y aunque al principio le echaban un cable para que sus descuidos en el trabajo no fueran sabidos por sus superiores, al final le obligaron a visitar al psicólogo de la brigada que le dio la baja por unos días.
Siguió llamándola y yendo a su piso a buscarla y ella siguió despreciándole sin darle más explicaciones. Un día que la llamó de madrugada, ella le dijo que iría a verle para charlar, así que vio una puerta abierta.
Ella llegó a eso de las cinco de la mañana, y se mostró dispuesta a escucharle. El pensando que tenía una oportunidad de arreglarlo todo y le abrió su corazón, llorando y gimiendo. En un momento dado ella se levantó y salió al balcón de esa antigua casa donde él vivía, el la siguió y cuando menos se lo esperaba ella le golpeó la cabeza con su pistola reglamentaria y le precipitó al vacío.
Todo el mundo pensó que se había suicidado, y a ella le fue fácil aparentar tristeza y mala conciencia por su muerte.
Amaneció mirando el televisor sin sonido y de pronto se dio cuenta que ese vecino que siempre era tan amable con ella le recordaba a Arturo, la miraba igual que él, por eso ella siempre le contestaba afablemente. Sonrió y pensó entonces que debía de saber que quería realmente de ella y puede que llegaran a ser buenos amigos.