Una
de las convicciones más difundidas y más erróneas es que las grasas
alimenticias representan una especie de lujo y un aspecto puramente hedonístico
de la gastronomía destinado sólo a crear problemas de sobrepeso y de
colesterol. En cambio, la realidad es que las grasas o lípidos, junto a las
proteínas y a los hidratos de carbono, representan la tríada alimenticia de la
que el hombre no puede prescindir.
Así
como existen los aminoácidos indispensables, también existen los ácidos grasos
indispensables; ambos son materia prima que se asume de forma prefabricada con
la alimentación y con la que el hígado producirá una serie de derivados
químicos dotados de funciones específicas. No se puede ignorar que toda una
familia vitamínica de la que forman parte las vitaminas A, D, E y K, es
liposoluble, es decir, está presente en las sustancias grasas; por tanto, una
total carencia de grasas alimentarias comprometería el necesario suministro de
vitaminas indispensables para la vida.
A
los detractores de las grasas, a los “lipófobos” que se olvidan de estas
nociones básicas de fisiología humana, hay que recordarles que las membranas
celulares a las que les competen tareas fundamentales están formadas de una
unión de fosfolípidos, de glucolípidos y de colesterol. De la viscosidad de la
membrana lipídica que envuelve las células depende la posibilidad de migración
de muchos componentes hacia el interior o el exterior de las células.
La
función de las membranas celulares ciertamente está influida por factores
nutricionales, entre ellos el exceso de colesterol o la disponibilidad de
ácidos grasos poliinsaturados, pero también por las reacciones oxidantes
desencadenadas por los temibles radicales libres.
Los estudios recientes sobre el envejecimiento
celular han puesto de relieve el papel de las peroxidaciones que transforman la
normal arquitectura de las membranas biológicas cuando no hay una suficiente
protección por parte de los sistemas antioxidantes (a los que la alimentación
puede potenciar)
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